Busquen primero el Reino de Dios y su justicia

Tiempo Ordinario

Sábado de la XI semana

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero.

Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán.

¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento? ¿Y por qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan.

Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en todo el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe? No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones.

A cada día le bastan sus propios problemas”. Palabra del Señor.

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Mensaje[1]

«No pueden ustedes servir a Dios y al dinero», dice Jesús a sus discípulos. Es una advertencia que vale para todos. Jesús personifica a la riqueza, que se comporta como un señor absoluto que no deja libertad. Es un auténtico dictador aunque no tenga rostro ni, obviamente, alma. Es una dictadura implacable que roba el alma a quien se somete a ella. Y es el origen de los conflictos, los desórdenes, los odios y la guerra que todavía hoy continúan sembrando la amargura en la vida de los hombres. 

El Señor es amor que pide al hombre una respuesta libre. Jesús también sabe que si nos unimos a Dios creceremos en amor, en justicia y en el compromiso de luchar por la libertad y el progreso de todos, sin excluir a nadie, empezando por los más pobres. Por eso no es posible servir al mismo tiempo a Dios y a la riqueza, al Evangelio y al dinero. El corazón no puede dividirse. 

La pretensión de tener un amor exclusivo por parte del Señor la vive él mismo en las relaciones con los hombres. Él es un Dios celoso, pero no solo para sí mismo; también es celoso por nosotros, no acepta que el mal nos engulla. Por eso, al igual que bajó a liberar a Israel de la esclavitud del faraón, con un amor aún más fuerte ha enviado a su Hijo para liberamos del pecado y de la muerte. Así pues, confiarse a Dios significa ser libre de la esclavitud de las cosas, sabiendo que él no dejará que nos falte nunca nada. Muchas veces se insinúa en nuestra vida el afán por las cosas de la tierra, es decir, por « qué comerán… con qué se vestirán », y llega a dominarnos. 

Las dificultades del trabajo, de unos beneficios justos y merecidos no pocas veces se transforman en ansia para nosotros y para quien está cerca de nosotros. El Señor no invita al ocio. «Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma», escribe el apóstol Pablo. Pero debemos confiar plenamente que Dios nuestro Señor conoce nuestra vida y desea nuestro bien. Y el bien no significa en absoluto multitud de bienes. El Señor es un verdadero Padre que se ocupa de sus hijos y responde a sus necesidades. 

Y si hay mucha gente que no tiene qué comer ni con qué vestirse es porque otros no buscan el reino de Dios y su justicia, sino únicamente su beneficio. La verdadera preocupación de los discípulos, dice Jesús, debe ser la del Reino, es decir, la de comunicar el Evangelio, construir la comunidad y servir a los pobres. El discípulo que busca esta «justicia», que es la justicia del Reino, recibe el apoyo y la defensa del Señor a lo largo de toda su vida.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 256-257.

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