Tiempo Ordinario
Jueves de la X semana
Textos
+ Del evangelio según san Mateo (5, 20-26)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.
Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.
Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda.
Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel.
Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
El contexto inmediato del texto evangélico de hoy es la afirmación de Jesús: “No he venido a abolir la ley y los profetas, sino a darles cumplimiento” (Mateo 5, 17)
Para entrar en el Reino de los cielos necesitamos superar la justicia de los escribas y los fariseos. En la Persona de Jesús, el Padre ha llevado la Revelación y la Ley a plenitud; Él es la síntesis, la recapitulación de todo (ver Colosenses 1,15-20).
El principio de la justicia que Jesús nos ha traído no está en nuestras prácticas religiosas sino en la acogida del amor del Padre. Cuando acogemos a Jesús empezamos a ser justos, a ser lo que realmente somos, hijos, que amamos a los hermanos como somos amados por el Padre (ver Juan 15,8-12).
Un salto cualitativo en la práctica de la justicia
“Han oído ustedes que se dijo a los antiguos, pero yo les digo” (5,21). Esta manera de hablar con autoridad, identifica a Jesús como el nuevo Moisés, el Hijo enviado por el Padre para indicarnos el camino que conduce a la vida. Jesús no niega lo que han dicho los antepasados, sino que lo aclara y lo modifica haciéndolo pasar de los gestos externos al corazón (ver Jeremías 31, 31-34).
En los versículos 21-26 Jesús coloca al “otro”, que llama repetidamente “hermano”, como valor máximo absoluto que debe ser acogido, valorado, respetado, amado incondicionalmente.
La ira, el insulto, el desprecio pueden ser formas sutiles de asesinato; con estas actitudes que consideran al otro inferior o enemigo, herimos su dignidad de hijos y le negamos el amor del Padre. Cuando negamos a cualquier persona un gesto concreto de fraternidad con actitudes de rechazo o de desprecio entorpecemos nuestra propia identidad de hijos, opacamos la luz de nuestra filiación y herimos el corazón del Padre.
Nuestra jerarquía de valores
Detengámonos brevemente sobre la frase clave de nuestro texto: “Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda” (5, 23-24).
El amor fraterno, el perdón y la reconciliación entre hermanos es tan importante para Jesús, que tiene la precedencia ante cualquier culto religioso. Ya los profetas lo habían proclamado con vehemencia y Jesús lo ratifica haciendo preceder a todo acto de culto el perdón y la reconciliación, precisamente porque es culto a Dios, glorificación del Padre.
Un discípulo de Jesús antes de dirigirse al Padre no sólo perdona a quien le ha ofendido, sino más aun, va a reconciliarse con el hermano que tiene algo en contra suya, no importa que no tenga nada en contra de él. Con esta exhortación Jesús sigue invitándonos una y otra vez a tener sus mismos sentimientos para que podamos levantar al hermano y ayudarle a vivir más plenamente.
Para celebrar el amor y la Paternidad de Dios necesitamos alimentar sentimientos de comunión recreando continuamente nuestros vínculos fraternos.
La propuesta nueva de Jesús toca la profundidad de nuestro corazón, nos mantiene en un dinamismo de continua conversión en el que vamos siendo configurados cada día un poquito más con El, el Hijo amado que nos amó hasta dar la vida.