¿Con qué autoridad haces todo esto?

Tiempo Ordinario

Sábado de la VIII semana

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron de nuevo a Jerusalén, y mientras Jesús caminaba por el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces todo esto? ¿Quién te ha dado autoridad para actuar así?” Jesús les respondió: “Les voy a hacer una pregunta. Si me la contestan, yo les diré con qué autoridad hago todo esto. El bautismo de Juan, ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contéstenme”.

Ellos se pusieron a razonar entre sí: “Si le decimos que de Dios, nos dirá: Entonces ¿por qué no le creyeron?, y si le decimos que de los hombres” Pero, como le tenían miedo a la multitud, pues todos consideraban a Juan como verdadero profeta, le respondieron a Jesús: “No lo sabemos”. Entonces Jesús les replicó: “Pues tampoco yo les diré con qué autoridad hago todo esto”. Palabra del Señor.

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Es la tercera vez que Jesús entra en Jerusalén y va al templo, que ya se ha convertido en el lugar donde enseña habitualmente. Pero los jefes del pueblo le preguntan por la autoridad de sus enseñanzas: «¿Con qué autoridad haces esto?». Jesús no había recibido ningún permiso para enseñar. Era un «laico» en el sentido de que no pertenecía a ninguna estirpe sacerdotal. Los jefes religiosos, en cambio, estaban convencidos de que su autoridad se basaba en la doctrina de Moisés. Pero ¿sobré que se basaba la autoridad de Jesús para echar a los vendedores del templo, para predicar Y curar? Se trataba de una cuestión fundamental. Era un problema que ya había surgido en Nazaret, en la primera predicación que hizo Jesús. 

Tanto los habitantes de Nazaret como los jefes del pueblo no aceptaban que Jesús tuviera autoridad sobre ellos. Pero Jesús, siguiendo un típico método rabínico, les contesta con otra pregunta sobre Juan Bautista, cuya predicación y obras de penitencia conocían. Jesús responde de manera directa porque sabe perfectamente que su Palabra puede dar frutos solo si cae sobre la tierra de un corazón limpio y sincero. Aquellos sumos sacerdotes, aquellos escribas y aquellos ancianos habrían podido contestar de acuerdo a la verdad. 

En cambio, dicen «no sabemos» porque tienen miedo de que la gente, que apreciaba enormemente la obra del Bautista y recordaba la muerte que le propinó Herodes, se pusiera en contra de ellos. Jesús no contesta porque su palabra sería considerada vana y se perdería en corazones claramente falsos que no querían acogerla. En realidad el silencio de Jesús se debe a la sordera de aquel que no sabe ni quiere escuchar. La Palabra no habla a quien no está dispuesto a acogerla con un corazón abierto.


[1] Paglia V., La Palabra de Dios de cada día, 2018. p. 233-234

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