¿De qué discutían por el camino?

Tiempo Ordinario

Martes de la VII semana

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos.

Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante.

Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”. Palabra del Señor.

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Mensaje[1]

El camino a Jerusalén implica una plena conciencia por parte de Jesús y una irresponsabilidad total por parte de los Doce. Son las dos partes que componen el fragmento de hoy. 

Jesús es consciente de lo que significa para él Jerusalén. Se prepara y prepara a los suyos. Anuncia tres veces lo que va a suceder en Jerusalén: padecerá la pasión, morirá y resucitará. El suyo es un anuncio pascual, es decir, un anuncio completo de muerte y resurrección y no «anuncio de la pasión», como se dice con frecuencia. 

Jesús expresa la conciencia que tiene de lo que le espera, pero también el deseo de consumar la entrega de su vida como expresión de amor. El anuncio de Jesús no es información: es catequesis y formación. El hecho de que anuncie también la resurrección significa que será el bien, la vida, el que triunfe, aunque antes sea preciso atravesar el túnel estrecho y oscuro del sufrimiento y de la muerte. 

Instruye a sus discípulos para que sepan leer su vida como misterio pascual. Mientras los prepara para el choque con la «hora de las tinieblas», les pide que orienten también su propia vida en esta dirección pascual. Jesús es el Maestro que se aventura el primero por el camino que, después, deberán seguir todos los discípulos; él es el primogénito de muchos hermanos.

A la conciencia y seriedad con que Jesús se dirige hacia Jerusalén les corresponde, en igual medida y sentido contrario, la irresponsabilidad de los discípulos. Cada vez que Jesús anuncia el misterio pascual, ellos están «distraídos» con otras cosas, como si Jesús se limitara a suministrar una simple información. No le piden aclaraciones al Maestro, no se esfuerzan en profundizar en el sentido, bastante enigmático, de sus palabras, porque todos ellos están pendientes de sus intereses.

Mientras Jesús presenta su vida como un «ser entregado en manos de los hombres», ellos andan preocupados por establecer quién es el más importante entre ellos. Es grande el contraste entre la entrega de la vida por parte de Jesús y la búsqueda de la supremacía y del poder por parte de los Doce. 

Jesús no les responde por su incomprensión; tiene paciencia porque todavía están ‘verdes’ para la comprensión del misterio pascual. Les prepara señalándoles el camino justo que deben seguir, el del servicio humilde y desinteresado: «El que quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos». Con esta actitud podemos preparamos para hacer frente a la pasión y a sus consecuencias.

Jesús para hacer más expresiva su catequesis, acompaña sus palabras, como los antiguos profetas, con un gesto. Pone a un niño en el centro y le abraza. La colocación en el centro es un primer mensaje de atención dirigida al niño, que, por lo general, no tenía ningún valor (como las mujeres, los niños tampoco entraban en el cómputo cuando se calculaba la población: cf. Me 6,44); El tierno gesto de abrazarle revela con claridad hasta qué punto 1os niños fueron objeto del amor de Jesús. 

Por eso, las palabras completan y aclaran el mensaje: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, a mi me acoge; y el que me acoge a mí no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado».  Estar bien dispuestos hacia un niño, signo de quien no cuenta, significa dejar sitio en nuestra propia vida a Jesús y, a través de el, al Padre. 

No hemos de buscar, por consiguiente: la supremacía con la idea implícita de hacernos servir, de ser reverenciados, sino con la disponibilidad de ponernos servicio de todos, de mostramos acogedores con todos, incluso con los últimos. Éste es el modo correcto y fructífero de ir a Jerusalén para compartir el misterio pascual con Jesús.


[1] G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. 9., 315-317.

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