Yo soy el pan de la vida

Pascua

Martes de la III semana

Textos

† Del evangelio según san Juan (6, 30-35)

En aquel tiempo, la gente le preguntó a Jesús: “¿Qué señal vas a realizar tú, para que la veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”.

Jesús les respondió: “Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo.

Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”.

Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida.

El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

«¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?». Jesús  había reprendido a sus discípulos por buscar solo su propia satisfacción. A su pregunta Jesús no responde con una multiplicidad de cosas que hacer, como afirman los fariseos, sino indicando una sola cosa necesaria: creer en el enviado de Dios. 

Sin embargo, la multitud insiste, quiere conseguir un signo aún más extraordinario que acredite a Jesús como enviado de Dios. Quizá querían que Jesús resolviera el problema del alimento no solo para las cinco mil personas que se habían beneficiado del milagro, sino para todo el pueblo de Israel como había sucedido con el maná. 

El recuerdo del maná permanecía muy vivo en la tradición de Israel. Con la venida del Mesías todos esperaban la repetición de este milagro. En cualquier caso, aparece también el egocentrismo de la multitud y la poca confianza en Jesús, no quieren arriesgar nada. Ante su insistencia, Jesús responde que no fue Moisés quien dio el pan venido del cielo, sino «es mi Padre el que les  da el verdadero pan venido del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». 

Jesús, al usar las palabras «pan verdadero», interpreta el maná como imagen del nuevo pan que el Mesías traería en el futuro. Era él mismo el nuevo pan, «el pan de Dios» que baja del cielo, pero la dureza del corazón y de la mente de quienes le, escuchan no permite acoger en profundidad las palabras de Jesús. Siguen interpretándolas a partir de ellos mismos, de sus necesidades, de su instinto. No entienden lo que Jesús quiere decir realmente. 

Nos sucede también lo mismo a nosotros cuando no profundizamos en las palabras evangélicas porque las escuchamos queriendo reducirlas a nuestro horizonte, sin comprender que nos impulsan a ir más allá. Es necesaria una lectura «espiritual» de la Biblia, una lectura realizada en la oración y en la disponibilidad del corazón. 

La Sagrada Escritura debe escucharse con la ayuda del Espíritu y en la comunión con los demás hermanos. Sin la oración, nos arriesgamos a tener delante nuestro, no al Señor que nos habla, sino a nosotros mismos. Sin la comunidad de los hermanos, nuestro «yo» nos impide el diálogo amplio para el que se escribió la Biblia. 

En este punto, la petición de la multitud es correcta: «Señor, danos siempre de ese pan». Pero Jesús no se echa atrás y, con una claridad incluso más obvia, afirma solemnemente: «Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed». Es una afirmación solemne y típica en el Evangelio de Juan. Con esta expresión Jesús muestra su origen divino. 

Al hojear las páginas del cuarto Evangelio, vemos que Jesús utiliza muchas imágenes concretas para hacemos comprender la grandeza de su amor por nosotros: Él es el pan verdadero, la vida verdadera, la verdad, la luz, la puerta, el buen pastor, la vid verdadera, el agua viva … es la resurrección. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 179-180.

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