No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió

Cuaresma

Miércoles de la semana IV

Textos

† Del evangelio según san Juan (5, 17-30)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos (que lo perseguían por hacer curaciones en sábado): “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”. Por eso los judíos buscaban con mayor empeño darle muerte, ya que no sólo violaba el sábado, sino que llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios.

Entonces Jesús les habló en estos términos: “Yo les aseguro: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta y sólo hace lo que le ve hacer al Padre; lo que hace el Padre también lo hace el Hijo.

El Padre ama al Hijo y le manifiesta todo lo que hace; le manifestará obras todavía mayores que éstas, para asombro de ustedes. Así como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a quien él quiere dársela. El Padre no juzga a nadie, porque todo juicio se lo ha dado al Hijo, para que todos honren al Hijo, como honran al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre.

Yo les aseguro que, quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna y no será condenado en el juicio, porque ya pasó de la muerte a la vida.

Les aseguro que viene la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la hayan oído vivirán. Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, también le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo; y le ha dado el poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre.

No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que yacen en la tumba oirán mi voz y resucitarán: los que hicieron el bien para la vida; los que hicieron el mal, para la condenación.

Yo nada puedo hacer por mí mismo. Según lo que oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

El pasaje del Evangelio de hoy se une directamente a la curación del paralitico de la piscina de Betesda que meditamos ayer. Los fariseos acusan a Jesús de violar el sábado, y de inducir a aquel paralitico a violarlo también, ya que debe tomar su camilla y llevársela a casa. Jesús se defiende afirmando con claridad la identidad de su acción con la del Padre que está en los cielos: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo». 

Era una afirmación que no podía dejar de causar escándalo, y efectivamente se abre definitivamente la hostilidad de los jefes del pueblo contra Jesús. No estaba en juego sólo la cuestión del sábado, sino la identidad misma de Jesús, la filiación divina. Era una afirmación blasfema: « Por eso los judíos buscaban con mayor empeño darle muerte, ya que no sólo violaba el sábado, sinoque llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios». Por lo demás la filiación divina es precisamente el corazón de su Evangelio, de la buena noticia que Jesús había venido a comunicar a los hombres. y ante la oposición de los fariseos, Jesús reafirma ser el Hijo de Dios que ha venido entre los hombres para continuar la obra del Padre. Ha venido para luchar contra la muerte y el mal y devolver la vida a quien la haya perdido. 

Jesús continúa en la tierra lo que el Padre habia hecho desde el cielo. Por tanto, su obra es una obra de salvación que va más allá de la norma del «sábado». Es más, Jesús debe apresurar el sábado eterno cuando como escribe Pablo, Dios será todo en todos. Toda la acción de Jesús entre los hombres es dar la vida, la vida verdadera que ni siquiera la muerte llega a aniquilar. Por eso añade solemnemente: «Les aseguro que viene la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la hayan oído vivirán. Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, también le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo». 

Y pensando en todos los que le están escuchando, y los que en el futuro escucharán la palabra del Evangelio, dice: «El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna». Jesús no dice: «Tendrá vida eterna»», sino «tiene vida eterna». Quien acoge el Evangelio en el corazón recibe desde ahora la semilla de la inmortalidad. Ante nuestra debilidad y nuestra inseguridad, estas palabras fermentan la totalidad de nuestra existencia y la arrancan del abismo de la nada, porque nos unen al Señor resucitado. La eternidad ha comenzado ya en Jesús y en quien se une a Él. Quien ha oído la voz de Jesús en esta vida seguirá oyéndola y la reconocerá cuando los sepulcros se abran al final de los tiempos, y el reino de los cielos que ya vivía en él, alcance su plenitud.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 133-134.

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