Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio

Tiempo Ordinario

Domingo de la V semana

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús.

El se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.

Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta.

Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era él.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar.

Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: “Todos te andan buscando”. El les dijo: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios. Palabra del Señor.

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El Evangelio de Marcos nos narra el primer día de la vida pública de Jesús en Cafarnaún: «fueron a la casa de Simón y Andrés , en compañía de Santiago y Juan». 

Es una página del Evangelio que hemos escuchado muchas veces. La ‘jornada de Cafarnaún’ que nos presenta el Evangelio es emblemática y en cierto modo ilumina todas las jornadas de los discípulos y de toda comunidad cristiana. 

Marcos la describe en la sucesión de horas. Inmediatamente se hace evidente que Jesús no vino para sí mismo sino para salvar a los hombres. A medida que pasaban las horas, aumentaba el número de enfermos y pobres que se agolpaban ante esa casa , hasta el final del día. Marcos escribe: «Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta». 

En Cafarnaún el sol se había puesto y la oscuridad rodeaba las casas; y Jesús permanecía como la única luz que no se ponía, la única esperanza a la que aferrarse. Los enfermos y los pobres lo habían entendido y se agolpaban en la puerta de aquella casa. Enclavada entre las casas de Cafarnaún, aquella casa había sido transformada por la presencia de Jesús en un lugar de misericordia y piedad, en un santuario del Evangelio.

Cada comunidad está llamada a ser un santuario del Evangelio, una casa de misericordia, donde todos son acogidos y amados, gratuitamente. Jesús, a través de la comunidad de los discípulos, continúa congregando, curando y liberando; y su luz permanece encendida para dar esperanza en un mundo al que le resulta difícil ver un futuro de paz. 

Sin embargo, la jornada de Jesús no había terminado, Marcos escribe: «De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar». Era su oración de la noche. Jesús sacaba su fuerza de esa oración. 

Es de la oración, de la escucha de la Palabra de Dios hecha en común, de donde los discípulos sacan la fuerza y la visión. Así hacía Jesús. No basta con trabajar, no basta con concentrarse en uno mismo y en su compromiso. Esta es la enseñanza de este último pasaje del Evangelio. 

Los discípulos, ante la llegada de muchos frente a esa casa, van a Jesús y le dicen: «todos te buscan» . Pero Jesús les dijo : «vayamos a otra parte». Después de levantar los ojos al Padre, les invitaba a levantar los ojos a muchos que en los otros pueblos esperaban que el Evangelio les fuera comunicado: «Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido». 

Es la invitación a no detenerse en los recintos ya constituidos , a no permanecer en los circuitos ya consolidados, a no reducir la amplia visión del Evangelio a los propios horizontes pequeños. Jesús nos invita a sentir la urgencia de la misión, a pensar en grande, a comunicar el Evangelio a todos, hasta los confines de la tierra.


[1] V. Paglia, Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día. 2021

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