Hijo, tus pecados te quedan perdonados

Tiempo Ordinario

Viernes de la I Semana

Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él enseñaba su doctrina, le quisiéron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.

Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Algunos escribas que estaban allí sentados comenzaron a pensar: “¿Por qué habla éste así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: “¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’ o decirle: ‘Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados -le dijo al paralítico-: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”.

El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!” Palabra del Señor.

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Después de algunos días en los que había ido a diversas aldeas de la región para predicar el Evangelio, Jesús regresa de nuevo a Cafarnaúm y acude a la casa de Pedro. Como de costumbre, muchos acuden para llamar a aquella puerta y se repite ese clima de euforia y de fiesta que se creaba en todos lados alrededor de Jesús. 

El ánimo de la gente que acudía se llenaba cada vez más de esperanza, y en los rostros se veía crecer el deseo de estar bien, de tener una vida más serena, un futuro menos angustiado. Eran ya muchos los que creían que finalmente había llegado el tiempo en que habían llegado la paz y la concordia.

También para un paralítico había esperanza de curación. Algunos amigos le llevaron donde Jesús, estos, llegados a la puerta, no consiguieron entrar debido a la multitud. Sin resignarse en absoluto, subieron al tejado de la casa con el paralítico y lo descolgaron en la habitación donde estaba Jesús. Es sorprendente el amor de estos amigos hacia aquel enfermo. No sólo no se resignan ante las dificultades que encuentran sino que inventan lo imposible con tal de ayudarlo.

La insistencia del amor que aquellos cuatro amigos sienten por el paralítico y la confianza que tienen en la fuerza sanadora de aquel joven profeta, son los dos pilares que nos introducen en el milagro que está a punto de suceder. En cuanto Jesús ve a ese enfermo lo cura de una forma todavía mayor a la que todos se esperaban. No sólo le hace levantarse de su camilla sino que también le perdona los pecados.

Aquel paralítico se levanta tanto en el cuerpo como en el corazón. Ha sanado de forma plena. Como todos, también aquel enfermo necesitaba ser curado en el corazón y no sólo en el cuerpo. Es el sentido de la misión evangelizadora de Jesús: todos necesitan convertir su corazón al Evangelio. El Evangelio del amor debe anunciarse también a los pobres y a los débiles, para que a su vez puedan comunicarlo a los demás. Con este milagro Jesús muestra que la salvación no sólo pertenece a los pobres, sino que es desde la cercanía a ellos desde donde comienza el nuevo reino que ha venido a inaugurar.

[1] Cf. V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 59-60.

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