El se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó

Tiempo Ordinario

Miércoles de la I Semana

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. El se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.

Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era él.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: “Todos te andan buscando”. El les dijo: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios. Palabra del Señor.

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La primera jornada de Jesús en Cafamaún se presenta como modelo sus jornadas. E inmediatamente nos parece muy distinta de nuestros días, marcados muy a menudo por la monotonía la banalidad, o incluso por la dureza y el drama de la vida. 

El evangelista narra que Jesús, después de haber expulsado un espíritu inmundo, va a la casa de Simón y de Andrés. Y allí le presentan inmediatamente a la suegra de Simón, que está con fiebre. Sin perder tiempo Jesús la cura. No dice ninguna palabra, ni siquiera una oración: la toma de la mano y la levanta. Es una narración simple pero que contiene la fuerza victoriosa de Jesús contra el mal -no es casualidad que, para indicar la curación de la mujer, el evangelista use el mismo verbo que usa para la resurrección de Jesús-.

La respuesta de la mujer -«se puso a servirles»- no es un simple gesto de cortesía, sino la «diaconía» -este es el verbo utilizado para indicar lo que la mujer se puso a hacer-, es decir, el servicio al Señor y a los hermanos. En cierto modo, en esta curación están presentes todas las demás, tanto las que Jesús hará a lo largo de su vida terrena como las de los discípulos de entonces y de todos los tiempos. 

Inmediatamente el evangelista amplía la escena: pasa de la curación de una sola persona a la curación de muchos. Se había puesto el sol y el mundo ya no daba más luz ni esperanza; pero toda la ciudad se había reunido ante aquella puerta, ante la puerta de la casa donde estaba Jesús, donde estaba la única luz que no se ocultaba. De forma espontánea vienen a la mente los millones de personas golpeadas por la guerra y el hambre, que vagan buscando una puerta a la que llamar. ¿Cómo no pensar también en las puertas de nuestras comunidades eclesiales, a las que frecuentemente llegan tantos pobres y desesperados? ¿Saben estas puertas abrirse para consolar y curar? El evangelista dice que Jesús curó a muchos.

Cuando todos se fueron, curados y animados, Jesús salió y se fue a un lugar apartado para rezar. Aquel momento era, en verdad, el culmen y la fuente de todos sus días, de todo lo que hacía. Era su obra primera y fundamental. Sí, la oración es la primera obra de Jesús, y así debe ser también para sus discípulos. Podemos imaginar la oración nocturna de Jesús después de que, durante todo un día, había tocado con su propia mano las angustias y las esperanzas de tanta gente. 

La intimidad con el Padre no era una fuga del mundo y de la vida para gozar finalmente de un poco de tranquilidad, que bien se la habría merecido. Con mucha más verosimilitud aquellos encuentros eran coloquios apasionados -quizá también dramáticos, pensemos tan solo en la noche en Getsemaní- entre el Hijo y el Padre sobre la misión que había recibido, sobre la situación del mundo, sobre la salvación de todos los que Jesús había encontrado y de los que aún debería encontrar. 

Esto puede explicar su reacción cuando los discípulos, después de llegar donde estaba, le dicen que todo el mundo le busca: «Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio» Jesús no se detiene en una sola casa, en un solo grupo, en una sola nación o en una sola civilización, y no sale por una sola puerta. Quiere visitar todas las casas porque en todas partes se necesita el Evangelio, empezando por las periferias más alejadas.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2019, 86-88.

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