Yo soy la voz que grita en el desierto

2 de enero

Este es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?” El reconoció y no negó quién era. El afirmó: “Yo no soy el Mesías”.

De nuevo le preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?” El les respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?” Respondió: “No”.

Le dijeron: “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron.

¿Qué dices de ti mismo?” Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”.

Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”.

Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba. Palabra del Señor.

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El Evangelio de hoy nos presenta nuevamente a Juan el Bautista. Es un hombre justo y austero, vive en el desierto, lejos de Jerusalén, la capital religiosa y política de Israel. Sin embargo, una multitud de personas acuden a él para recibir un bautismo de penitencia y ser así regeneradas a una vida más serena. Todos lo estiman, hasta el punto de señalarlo como el Mesías, o como Elías, o como un gran profeta.

En aquel tiempo había una extraordinaria necesidad de esperanza. Y ¿no la hay quizá también en nuestros días? Siempre necesitamos ayuda, pero todavía más en un tiempo difícil como el que estamos viviendo. Pero no perdamos de vista que sólo Jesús salva, ningún otro. La tentación de buscar salvadores a buen precio es peligrosa, y tampoco podemos pensar en nosotros mismos como salvadores. 

El Bautista lo había comprendido bien. De sí mismo decía: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: preparen el camino del Señor». Y ¿qué es una voz? Poco más que nada. Sin embargo, las palabras que el Bautista pronunciaba no eran vanas, es más, tocaban el corazón de quienes le escuchaban. Esta era su fuerza: una fuerza débil pero que conseguía tocar el corazón de quien lo escuchaba porque en esas palabras había una fuerza espiritual.

Juan representa a los testigos del Evangelio, podríamos decir que representa a la misma Iglesia: es decir, ser una voz que señala Jesús a los hombres de su tiempo con autoridad espiritual. Juan no se pertenece, no es el centro de la escena; él indica a otro: al Señor. 

De la misma manera la Iglesia no se pertenece, no vive para sí misma sino para conducir a los hombres hacia Jesús. Y así también cada discípulo, ya sea ministro consagrado o simple fiel: todos estamos llamados a llevar a los demás hacia Jesús, desde luego no hacia nosotros mismos. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 47.

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