Tiempo Ordinario
Viernes de la XXXII semana
Textos
Del libro de la Sabiduría (13, 1-9)
Insensatos han sido todos los hombres que no han conocido a Dios y no han sido capaces de descubrir, a través de las cosas buenas que se ven a “Aquel-que-es” y que no han reconocido al artífice, fijándose en sus obras, sino que han considerado como dioses al fuego, al viento, al aire sutil, al cielo estrellado, al agua impetuosa o al sol y a la luna, que rigen el mundo.
Si fascinados por la belleza de las cosas, pensaron que éstos eran dioses, sepan cuánto las aventaja el Señor de todas ellas, pues fue el autor mismo de la belleza quien las creó.
Y si fue su poder y actividad lo que los impresionó, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es aquel que las hizo; pues reflexionando sobre la grandeza y hermosura de las creaturas se puede llegar a contemplar a su creador.
Sin embargo, no son éstos tan dignos de reprensión, pues tal vez andan desorientados, buscando y queriendo encontrar a Dios. Como viven entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas y se dejan fascinar por la belleza de las cosas que ven. Pero no por eso tienen excusa, pues si llegaron a ser tan sabios para investigar el universo, ¿cómo no llegaron a descubrir fácilmente a su creador? Palabra de Dios.
Mensaje[1]
Empieza en este capítulo un largo proceso contra la idolatría, como si hubiera que justificar por qué Dios tuvo que intervenir contra los egipcios. Parece que el autor del libro quiere reflexionar nuevamente sobre lo que narran los primeros capítulos del libro del Éxodo, insistiendo en que lo que hizo Dios contra Egipto estaba justificado, pero no era un castigo definitivo.
En un mundo pluralista y culto -el mundo en el que fue escrito el libro de la Sabiduría- el texto quiere poner de manifiesto el peligro de los ídolos, que poblaban el mundo helénico, y al mismo tiempo quiere reafirmar la misericordia divina, que no deja de ofrecer incluso a los enemigos de su pueblo la posibilidad de escuchar su palabra y arrepentirse.
El texto describe la necedad de aquellos que fabrican ídolos y luego los veneran. Siguiendo lo que se dice en el Salmo 115, el autor quiere enseñar la inutilidad de los ídolos, construidos por manos de hombres y, por eso mismo, muertos ya al nacer.
Hoy son muchos más, los ídolos que construyen las manos de los hombres. Y no solo los veneramos, sino que llegamos incluso a dar la vida por ellos. No hay más que pensar en los ídolos de la riqueza o de la fuerza, del consumo o del bienestar, de la belleza o de la salud, del trabajo o del éxito.
Frente a estas nuevas idolatrías, la Palabra de Dios no calla. Al contrario, se hace severa. A pesar de todo, la Palabra de Dios no condena de manera definitiva a aquellos que se dejan esclavizar por estos nuevos ídolos. El autor sagrado muestra la misericordia que esta contiene: «Sin embargo, estos merecen menor reproche, pues tal vez andan extraviados y buscan a Dios y queriendo encontrarlo».
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 395-397.