Dios mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar el rostro hacia ti

Tiempo Ordinario

Miércoles de la XXV semana

Textos

Del libro de Esdras (9, 5-9)

Yo, Esdras, al llegar la hora de la ofrenda de la tarde, salí de mi abatimiento y con la túnica y el manto rasgados, me postré de rodillas, levanté las manos al Señor, mi Dios, y le dije: “Dios mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar el rostro hacia ti, porque nuestros pecados se han multiplicado hasta cubrirnos por completo y nuestros delitos son tan grandes, que llegan hasta el cielo. Desde el tiempo de nuestros padres hasta el día de hoy, hemos pecado gravemente y por nuestros pecados nos has entregado a nosotros, a nuestros reyes y a nuestros sacerdotes en manos de reyes extranjeros, para que nos maten, nos destierren, nos saqueen y nos insulten, como sucede al presente.

Pero ahora, Señor, Dios nuestro, te has compadecido de nosotros un momento y nos has dejado algunos sobrevivientes, que se han refugiado en tu lugar santo; tú, Dios nuestro, has iluminado nuestros ojos y nos has reanimado un poco en medio de nuestra esclavitud.

Porque éramos esclavos, pero tú no nos abandonaste en nuestra esclavitud, sino que nos granjeaste el favor de los reyes de Persia, para que nos perdonaran la vida y pudiéramos levantar tu templo y restaurar sus ruinas y tuviéramos, así, un refugio en Judá y en Jerusalén”. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

El exilio, con el que Israel fue privado de la tierra, fue la consecuencia de la traición a la alianza. Pasó los mismo en tiempos de Esdras, que mostró la confusión de un hombre que descubre la infidelidad de su pueblo. El hombre de Dios se da cuenta de la vergüenza no solo de su pecado, sino también del pecado de su pueblo: «…harta vergüenza y confusión tengo para levantar mi rostro hacia ti, Dios mío. Porque nuestros crímenes se han multiplicado hasta sobrepasar nuestra cabeza, y nuestro delito ha crecido hasta el cielo».

Ser consciente de que ha pecado es un aspecto esencial del hombre de fe: no nos podremos salvar si no somos conscientes del mal que hemos cometido y de nuestro pecado. Y también de que necesitamos ser salvados. 

Nadie se salva solo. La oración surge cuando somos conscientes de que no nos bastamos y de que somos pecadores, algo que acompaña a diario la vida del creyente. Esdras nos enseña que tenemos que reconcer quienes somos de verdad, descubrir nuestra pequeñez y reconocer el amor que Dios nos da gratuitamente.

El amor de Dios es más grande que nuestro pecado, pero requiere que todos tengamos la humildad de reconocerlo, dejando a un lado las incontables justificaciones que normalmente aducimos para justificarnos. Esdras sabe que Dios dejó un resto entre su pueblo, los supervivientes de la deportación, que está «ante él, con su delito».


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. p. 345.

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