Mujer, ¡qué grande es tu fe! 

Tiempo Ordinario

Domingo de la XX semana

Textos

 Del evangelio según san Mateo (15, 21-28)

En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”.

Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”. El les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.

Ella se acercó entonces a Jesús y postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!” El le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija. Palabra del Señor.

Descargar los textos en PDF

Mensaje[1]

Cuenta Mateo que Jesús, desde la región de Galilea, en torno al lago de Genesaret, «se retiró» hacia la región de Tiro y de Sidón (el actual Líbano), antiguas ciudades fenicias, marineras y mercantiles, ricas y prósperas, pero también marcadas por egoísmo e injusticias sobre todo hacia los pobres.

Apenas llega a aquella región se le presenta una mujer «cananea» (en el pasaje paralelo de Marcos se la llama «sirofenicia»). Es una mujer pagana que sin duda ha oído hablar muy bien de Jesús y no quiere perder la oportunidad de pedirle ayuda para su hija.

Le pide a Jesús que la cure. Podría ser la última oportunidad que se le presenta. Por eso no desiste en su intento de gritar para pedir ayuda, incluso ante la actitud apática de Jesús. el evangelista destaca que «él no respondió palabra». Aquella mujer no se detiene e insiste con palabras esenciales, simples, pero duras, tan duras como para ella es el drama de su hija: «¡Señor, socórreme!» (son las mismas palabras que grita Pedro mientras se hunde en el lago).

Jesús contesta con una dureza inaudita: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Ya en el discurso de la montaña había dicho algo parecido: «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos» (Mt 7, 6).

En la tradición bíblica, tomada de los textos hebreos, con el apelativo de «perros» se hace referencia a los adversarios, a los pecadores y a los pueblos paganos idólatras. Pero la mujer aprovecha literalmente la expresión de Jesús y le dice (asi podríamos traducir la frase): «Señor, también los perritos que están bajo la mesa se comen las migas de los hijos».

Aquella mujer pagana se resiste a Jesús, entabla una lucha con él. Su confianza en aquel profeta es más grande que la resistencia del mismo profeta. Jesús se ve obligado a responder con una expresión inusitada en los evangelios: esto es una «gran fe», y no «poca fe». El mismo eligio hizo Jesús al centurión, y ambos era paganos. Una vez más el Evangelio nos propone la esencialidad de confiar en Dios que libra de la angustia de confiar solo en uno mismo.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 302-304.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *