Apareció entonces en el cielo una figura prodigiosa: una mujer envuelta por el sol

15 de agosto

La Asunción de la Santísima Virgen María

Textos

Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan (11, 19; 12, 1-6 10)

Se abrió el templo de Dios en el cielo y dentro de él se vio el arca de la alianza.

Apareció entonces en el cielo una figura prodigiosa: una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de doce estrellas en la cabeza.

Estaba encinta y a punto de dar a luz y gemía con los dolores del parto.

Pero apareció también en el cielo otra figura: un enorme dragón, color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y una corona en cada una de sus siete cabezas. Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra.

Después se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo, en cuanto éste naciera. La mujer dio a luz un hijo varón, destinado a gobernar todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue llevado hasta Dios y hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, a un lugar preparado por Dios.

Entonces oí en el cielo una voz poderosa, que decía: “Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y de su reinado, y del poder de su Mesías”. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

En pleno mes de agosto, la iglesia de Oriente y la de Occidente celebran la fiesta de la asunción de María al cielo. En la Iglesia de Oriente se narra que, mientras se iba acercando el día del final de la vida terrenal de María, los ángeles adviertieron a los apóstoles dispersos por varias partes del mundo, y estos se reunieron rápidamente alrededor del lecho de la madre de Jesús.

Hemos leído en el Evangelio según Lucas que «en aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá». En aquellos días María corría de Galilea hacia una pequeña ciudad cerca de Jerusalén, para ir a encontrar a su prima Isabel. 

Hoy la vemos correr hacia la montaña de Jerusalén celestial para encontrarse, finalmente, con el rostro del Padre y de su Hijo. Hay que decir que María, en el viaje de su vida, jamás se separó de su Hijo. La vimos con el pequeño Jesús huyendo a Egipto, luego llevándolo, siendo él adolescente, a Jerusalén, y durante treinta años en Nazaret cada día lo contemplaba guardando todo en su corazón.

Luego lo siguió cuando abandonó Galilea para predicar en ciudades y pueblos. Estuvo con él hasta los pies de la cruz. Hoy la vemos llegando a la montaña de Dios, «vestida de sol, con la luna bajo sus pies y tocada con una corona de doce estrellas» (Ap 12, 1), y entrando al cielo, en la Jerusalén celestial.

El Apocalipsis abre el cielo de la historia donde se enfrentan el bien y el mal: en un lado está la mujer y el hijo, y en el otro, el dragón rojo coronado. La lectura cristiana ha visto en esta página la figura de María (Imagen de la Iglesia) y de Cristo. María y Cristo, íntimamente vinculados, son el signo altísimo del bien y de la salvación. 

En el otro lado, el dragón, símbolo monstruoso de la violencia, está rojo como la sangre que derrama, embriagado por el poder (las cabezas coronadas). María y Jesús forman la nueva «pareja» que salva el mundo. Al inicio de la historia, Adán y Eva fueron derrotados por el maligno; en la plenitud de los tiempos, el nuevo Adán y la nueva Eva derrotan definitivamente al enemigo. 

En efecto, con la victoria de Jesús sobre el mal, también cae derrotada la muerte interior y física. Y se cruzan  en el horizonte de la historia la resurrección del Hijo y la asunción de la madre.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 298-299.

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