Tiempo Ordinario
Miércoles de la XVII semana
Textos
Del libro del Exodo (34, 29-35)
Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas de la alianza en las manos, no sabía que tenía el rostro resplandeciente por haber hablado con el Señor.
Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y al ver que su rostro resplandecía, tuvieron miedo de acercársele.
Pero Moisés los llamó, y entonces Aarón y todos los jefes del pueblo se acercaron y Moisés habló con ellos.
A continuación se le acercaron también todos los israelitas y él les comunicó todo lo que el Señor le había ordenado en el monte Sinaí. Cuando Moisés acabó de hablar con ellos, se cubrió el rostro con un velo.
Siempre que Moisés se presentaba ante el Señor para hablar con él, se quitaba el velo de su rostro, y al salir, comunicaba a los israelitas lo que el Señor le había ordenado.
Ellos veían entonces que el rostro de Moisés resplandecía, y Moisés cubría de nuevo su rostro, hasta que entraba a hablar otra vez con el Señor. Palabra de Dios.
Mensaje[1]
Moisés acaba de bajar del Monte donde ha recibido nuevamente las tablas de la Ley, aquella Palabra que deberá orientar la vida de su pueblo. Allí ha recibido nuevamente, después de que Israel lo hubiera abandonado, la revelación del nombre de Dios, «misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad».
¿Cómo no iba a estar «radiante» el rostro de Moisés tras haber conversado con el Señor? Hasta tres veces se repite que «la piel de su rostro se había vuelto radiante». Cuando escuchamos, aún más, cuando conversamos con Dios -pues eso es lo que sucede cuando escuchamos y meditamos su palabra-, nuestro rostro no puede más que estar radiante para transmitir la belleza de Dios, su presencia misericordiosa.
¡Rostros siempre tristes y resentidos no son signo de la presencia de Dios! Aquel vela que Moisés se puso sobre el rostro cuando hablaba con los israelitas quizás quiere impedir que estos se vean arrollados por aquella luz tan luminosa que reflejaba su encuentro con Dios.
Pensamos en nuestras jornadas y en nuestros muchos encuentros, y preguntándonos: ¿Quién nos ve puede apreciar en nuestro la luz de Dios que nos ha hablado? Y pensemos también que otros necesitan encontrar la luz de Dios a través de nosotros, para que también ellos puedan escucharle y transfigurar su humanidad.
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 285-286.