Tiempo ordinario
Jueves de la X semana
Textos
De la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios (3, 15—4, 1. 3-6)
Hermanos: Hasta el día de hoy, siempre que se leen los libros de Moisés, un velo está puesto sobre el corazón de los israelitas.
Pero cuando se conviertan al Señor, se les quitará el velo.
Porque el Señor es Espíritu y donde está el Espíritu del Señor, ahí hay libertad. En cambio, nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos la gloria del Señor como un espejo, nos vamos transformando en su imagen, cada vez más gloriosa, conforme a la acción del Espíritu del Señor.
Por esto, encargados, por misericordia de Dios, del ministerio de la predicación, no desfallecemos. Y si nuestro Evangelio permanece velado, eso es solamente para los que se pierden, pues por su incredulidad, el dios de este mundo les ha cegado el entendimiento, para que no vean el resplandor glorioso del Evangelio de Cristo, que es imagen de Dios.
Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y nos presentamos como servidores de ustedes, por Jesús. Pues el mismo Dios que dijo: Brille la luz en medio de las tinieblas, es el que ha hecho brillar su luz en nuestros corazones, para dar a conocer el resplandor de la gloria de Dios, que se manifiesta en el rostro de Cristo. Palabra de Dios.
Mensaje[1]
Pablo habla nuevamente del ministerio que le ha sido confiado. Es consciente de que Dios lo había elegido para comunicar el Evangelio de Jesucristo a los hombres. Así pues, no se convirtió en ministro por decisión propia, sino porque había sido llamado desde las Alturas.
Por eso puede reivindicar sin temor alguno la autoridad de su anuncio y recordar la franqueza con la que lo hizo sin falsificar su contenido y sin rebajar su fuerza. Pero en Corinto hay quien no piensa con sinceridad. Ya al final del capítulo tres de la carta, Pablo hablaba de los que mercadean con la Palabra de Dios; ahora habla incluso de una posible falsificación.
Lógicamente, no basta con pertenecer a la Iglesia, o a la comunidad, para ser inmune al orgullo, a la envidia y a la crítica. Estos tristes instintos «impiden» ver el Evangelio y ensombrecen su comunicación. Pablo reivindica que su predicación no es pasajera como la de Moisés, que todavía tenía el «velo» de la ley. Su predicación muestra el rostro mismo de Jesús, sin mediaciones, sin velos.
Podríamos decir que predica el Evangelio sin añadiduras. Y las palabras evangélicas revelan el rostro mismo de Dios, como Jesús contestó a Felipe: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). Solo si miramos a Jesús podremos comprender el misterio de Dios y recibir su fuerza. Por eso Pablo reivindica su predicación sobre la centralidad que tiene Jesús para la vida de la comunidad: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor».
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023, pp. 237-238.