Tiempo ordinario
Domingo de la X semana
Textos
† Del santo Evangelio según san Mateo (9, 9-13)
En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de recaudador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”.
El se levantó y lo siguió.
Después, cuando estaba a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos.
Viendo esto, los fariseos preguntaron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?” Jesús los oyó y les dijo: “No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios.
Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
Mateo, apóstol y evangelista. En hebreo era conocido como Leví y su oficio, el de recaudador de impuestos, era considerado infame porque su trabajo consistía en cobrar los impuestos para los dominadores extranjeros. Mientras camina por las calles de Cafamaún Jesús lo ve y en lugar de mirarlo con desprecio como hacían todos y pasar de largo, se detiene y lo llama: «Sígueme». Aquella única palabra fue suficiente: Mateo «se levantó y le siguió». Para Jesús lo que importa no es la situación en la que nos encontramos; lo que importa es que abramos nuestro corazón a su llamamiento. Eso es lo que hizo precisamente el publicano Mateo. Y su vida cambió a partir de aquel momento. Hasta entonces había pensado en acumular par él. Desde que escuchó a aquel Maestro no hizo más que seguirle. No fue ningún sacrificio para él; al contrario, fue una fiesta.
Comprendió que Jesús no llamaba para robar la vida o para entristecerla, sino todo lo contrario, para que todos pudieran participar en su gran sueño por el mundo. Y efectivamente, Mateo estaba tan contento de que le hubieran elegido para seguir a aquel maestro que organizó de inmediato una comida con Jesús y con sus amigos publicanos y pecadores. Un extraño banquete que, sin embargo, prefiguraba aquella alianza entre cristianos y pobres que Jesús vivió y predicó. Desde aquel momento Mateo ya no se sentó más a recaudar impuestos, sino que se convirtió en discípulo y llamó a los pecadores para hacer fiesta con ellos al lado de Jesús. El mundo no comprende lo que está sucediendo, pero precisamente esa es la novedad del Evangelio que desconcierta a la mayoría: todos, sin excluir a nadie, pueden sentirse tocados en su corazón y cambiar de vida, empezando por los pecadores. Jesús lo explica para los que no querían, yno quieren, entenderlo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal». De hecho está escrito: «Misericordia quiero, que no sacrificio». Con el Evangelio que lleva su nombre Mateo sigue recordándonos la centralidad de la Palabra de Dios. Escuchémosla, como hizo Mateo y como han hecho los demás discípulos de todos los tiempos, y pongámonos también nosotros a seguir a Jesús.
[1] Paglia Vincenzo, La Palabra de cada día, 2020. pp. 304-305.