Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia

Pascua

Domingo de la IV semana

Ciclo A

Textos

† Del evangelio según san Juan (10, 1-10)

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo les aseguro que el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otro lado, es un ladrón, un bandido; pero el que entra por la puerta, ése es el pastor de las ovejas.

A ése le abre el que cuida la puerta, y las ovejas reconocen su voz; él llama a cada una por su nombre y las conduce afuera.

Y cuando ha sacado a todas sus ovejas, camina delante de ellas, y ellas lo siguen, porque conocen su voz. Pero a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron lo que les quería decir. Por eso añadió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.

Todos los que han venido antes que yo, son ladrones y bandidos; pero mis ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos.

El ladrón sólo viene a robar, a matar y a destruir.

Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Palabra del Señor.

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Mensaje[1]

En la pedagogía pascual los primeros tres domingos contemplamos los encuentros de Jesús resucitado con sus apóstoles; esta contemplación nos llevó a la experiencia de la resurrección de los primeros testigos; a partir del cuarto domingo, pasamos a contemplar textos del evangelio que nos remiten a nuestra propia experiencia, así la renovación de nuestra conciencia bautismal descansa en el testimonio apostólico y en la vivencia personal de nuestro encuentro con el resucitado.

Cada año, el cuarto domingo de pascua se proclama la alegoría del Buen Pastor, contemplándola tomamos conciencia de que Jesús es el Pastor que dio su propia vida para darnos vida y ahora está en medio de nosotros conduciéndonos en la historia como Señor Resucitado.  Esta bellísima imagen de Jesús “Buen Pastor” indica el cuidado incansable que él tiene por nosotros y nos describe también el estilo de “vida nueva pascual” que caracteriza a todo discípulo(a) de Jesús. 

En esta página del Evangelio Jesús se propone como el «buen pastor» que recoge a las ovejas dispersas y las guía por el camino de Dios. Aunque la imagen sea antigua, su verdad es más actual que nunca. Los hombres y las mujeres viven una condición de dispersión y de soledad que quizá nunca haya sido tan intensa como hoy.

El impulso hacia la disgregación es más fuerte que el que lleva hacia la solidaridad: individuos y pueblos sienten sus intereses por encima de todo y de todos. Crecen cada vez más las distancias y los conflictos. El sueño de la igualdad se considera incluso peligroso. Hasta se exalta como un valor el hecho de no tener que depender de nadie y no dejarse influenciar ni condicionar nunca por nadie.

En este clima crecen y se multiplican los «ladrones» y los «salteadores», es decir, los que roban la vida de los demás para obtener una ganancia personal. Incluso la vida humana se convierte en una mercancía para vender y robar. La dictadura del mercado no perdona a nadie, y los más débiles son los más castigados y de los que más se abusa. La globalización, que ha acercado a los pueblos, no les ha hecho hermanos.

Se necesita un «buen pastor» que conozca a las ovejas y las salve, una a una, conduciéndolas a todas a los pastos para que se alimenten lo suficiente. En cambio, son demasiados los «ladrones» y los «salteadores» que siguen robando la vida de los demás, sobre todo de los más pequeños, los ancianos y los indefensos. Muchos corremos el riesgo de convertimos en sus cómplices, de hecho, cada vez que nos encerramos en nuestro egocentrismo, no solo somos nosotros mismos su presa, sino que nos convertimos en cómplices de sus robos.

No es casualidad que el papa Francisco haya condenado la globalización de la indiferencia y la ausencia de llanto por el que muere abandonado. San Ambrosio señalaba con razón: «¡Cuántos señores acaban por tener aquellos que rechazan al único Señor!». Jesús, buen pastor, nos reúne de la dispersión para guiamos hacia un destino común y, si es necesario, va a buscar personalmente a quien se ha perdido para llevarle de nuevo al redil. Para hacer esto no teme tener que pasar, si es necesario, por la muerte, seguro de que el Padre devuelve la vida a quien la gasta con generosidad por los demás. Es el milagro de la Pascua. Jesús resucitado es la puerta que se ha abierto para que nosotros entremos en la vida que no acaba. Jesús no solo no nos roba la vida, sino que nos la da en abundancia, multiplicada para la eternidad. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 165-166

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