Pascua
Jueves de la III semana
Textos
† Del evangelio según san Juan (6, 44-51)
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios.
Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí.
No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre.
Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida.
Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. Palabra del Señor.
Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje[1]
Las anteriores revelaciones de Jesús sobre su origen divino -«Yo soy el pan de vida» y «Yo he bajado del cielo» – habían provocado el disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que murmura y se vuelve hostil. Resulta demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo y reconocerlo como Dios. Jesús evita entonces una inútil discusión con los judíos y les ayuda a reflexionar sobre la dureza de su corazón, enunciando las condiciones necesarias para creer en él.
La primera es ser atraídos por el Padre, don y manifestación del amor de Dios por la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La segunda condición es la docilidad a Dios. Los hombres deben darse cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición es escuchar al Padre. De la enseñanza interior del Padre y de la vida de Jesús es de donde brota la fe obediente del creyente en la Palabra del Padre y del Hijo.
Escuchar a Jesús significa ser enseñados por el Padre mismo. Con la venida de Jesús queda abierta la salvación a todo el mundo; ahora bien, la condición esencial que se requiere es dejarse atraer por él, escuchando con docilidad la Palabra de vida. Aquí es donde el evangelista precisa la relación entre la fe y la vida eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús.
Sólo el hombre que vive en comunión con Jesús se realiza y se abre a una vida duradera y feliz. Sólo «quien come » de Jesús -que es el pan de la vida- no muere; pues da la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien, en la fe, interioriza su Palabra y asimila su vida.
[1] G. Zevini – P.G. Cabra – M. Montes, Lectio divina para cada día del año., IV, 175-176.