No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan?

Octava de Pascua

Jueves

Textos

† Del evangelio según san Lucas (24, 35-48)

Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.

Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.

Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo”. Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?” Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos.

Después les dijo: “Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos”.

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios y el perdón de los pecados.

Ustedes son testigos de esto”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

El Evangelio nos lleva al final del día de Pascua. Los dos discípulos de Emaús acaban de llegar al cenáculo para contar a los discípulos «lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan». 

Los apóstoles, aún dominados por el miedo, seguían encerrados en el cenáculo, para ellos un lugar ciertamente lleno de recuerdos, pero que corría el riesgo de convertirse en un refugio cerrado. Es un miedo que todos conocemos bien: ¡cuántas veces, de hecho, cerramos las puertas del corazón, las de la casa, del grupo, de la comunidad, de la familia, para permanecer tranquilos o por temor de perder algo! 

Pero el Resucitado continúa estando entre nosotros, es más, se coloca en el centro, no a un lado como una persona más, como una palabra entre tantas otras. Entra y se coloca en medio, como la Palabra que salva. Las primeras palabras de Jesús resucitado son el saludo de paz: «La paz esté con ustedes». Los discípulos, miedosos, creen que es un fantasma. Habían escuchado a las mujeres decirles que habían encontrado a Jesús vivo. Pero la distancia que habían puesto entre ellos y Jesús ya durante los días de la pasión había ofuscado hasta tal punto su mente y endurecido tan fuertemente su corazón, que no lograban ir más allá de sus miedos. 

El evangelista parece sugerir que la incredulidad se apodera siempre de los creyentes cada vez que se alejan de Jesús y se dejan dominar por los miedos por sí mismos. Jesús, que se coloca en medio, les dice enseguida: «La paz esté con ustedes». Es la primera palabra del Resucitado, sí, el primer fruto de la resurrección es la paz. Ciertamente no es la paz de la propia tranquilidad sino la que nace del amor por los demás. La paz de la Pascua no bloquea, sino que empuja con fuerza a salir de uno mismo para ir al encuentro de los demás. 

La paz pascual es una energía nueva de amor que colma el mundo. La Pascua, aunque sea vivida por un pequeño grupo, incluso al comienzo por algunas mujeres, es para todos, es para el mundo. A los apóstoles esto les parece imposible. Jesús está definitivamente muerto, han matado su palabra para siempre. No creen lo que él mismo les había dicho en otras ocasiones, que después de su muerte resucitaría. Se llenan de miedo al verle, piensan que se les ha aparecido un fantasma. Jesús les reprende amorosamente: «¿No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan?», y les repite lo que tantas veces les había dicho en el pasado: le darían muerte pero él resucitaría. ¡Cuántas veces tampoco nosotros creemos las palabras de Jesús! Pensamos a menudo que son veleidosas, igual que un fantasma. El Evangelio crea una realidad nueva, una comunidad nueva, real, hecha de personas que antes estaban dispersas y llenas de miedo, y que tras escucharlo se vuelven a encontrar juntas en una nueva fraternidad. Es lo que ocurre ese día cuando Jesús se pone a comer con ellos, continúa la vida de antes de la Pascua. Aquella comida les volvía a unir con Jesús. Ahora aprendían que siempre estaría con ellos. Es lo que nos sucede también a nosotros, y a los discípulos de todos los tiempos, cada vez que estamos alrededor del altar del Señor para partir su mismo cuerpo.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 163.

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