Triduo Pascual
Viernes Santo
Textos
Mensaje[1]
La liturgia del Viernes Santo comienza con el celebrante que se postra en tierra. Es un signo: imitar a Jesús postrado en tierra por la angustia en el Huerto de los Olivos. ¿Cómo permanecer insensibles ante un amor tan grande que llega hasta la muerte con tal de no abandonarnos? «¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba -escribe Isaías- y nuestros dolores los que soportaba! … Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas.Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros».
El profeta nos dice la razón de aquella postración con el rostro en tierra, y como si no bastara «fue oprimido y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado y como oveja que ante los que la trasquilan está muda». Jesús es el cordero que ha cargado con el pecado del mundo, que ha entablado la lucha contra el mal, entregando incluso su vida para devolvérnosla a nosotros.
Jesús no quiere morir: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú». Jesús sabe bien cuál es la voluntad de Dios: «Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día».
La voluntad de Dios es evitar que el mal nos engulla, que la muerte nos arrastre. Jesús no la evita; la carga sobre sí para que no nos aplaste; no quiere perdemos. Ninguno de sus discípulos, de ayer o de hoy, debe sucumbir a la muerte.
Por esto la Pasión continúa. Continúa en los numerosos huertos de los olivos de este mundo donde sigue la guerra y donde se hacinan millones de refugiados; continúa allí donde hay gente postrada por la angustia; continúa en aquellos enfermos abandonados en la agonía; continúa allí donde se suda sangre por el dolor y la desesperación.
La Pasión según san Juan que hoy hemos escuchado comienza precisamente en el Huerto de los Olivos, y las palabras que Jesús dirige a los guardias expresan bien su decisión de no perder a ninguno. Cuando llegan los guardias, es Jesús quien va a su encuentro; no solo no huye sino que toma la iniciativa: «¿A quién buscan?», pregunta al grupo que se presenta. A su respuesta: «A Jesús el Nazareno», contesta: «Así que si me buscan a mí, dejen marchar a estos». No quiere que los suyos sean golpeados; al contrario, quiere salvarles, preservarles de todo mal. Por lo demás, se ha pasado toda la vida reuniendo a los dispersos, curando a los enfermos, anunciando un reino de paz y no de violencia, y es precisamente este empeño el motivo de su muerte.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2019, 157-158