¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?

Cuaresma

Viernes de la semana III

Textos

† Del evangelio según san Marcos (12, 28-34)

En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.

El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. El escriba replicó: “Muy bien, Maestro.

Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.

Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

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Mensaje[1]

El Evangelio nos lleva hoy al templo de Jerusalén, donde Jesús ya se ha enfrentado a los sacerdotes, los fariseos, los herodianos y los saduceos. Ahora interviene un escriba, pero con un ánimo distinto de los anteriores. Le hace a Jesús una pregunta verdadera, decisiva: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». De ese, en efecto, depende toda la vida. 

Jesús contesta citando un pasaje del Deuteronomio muy conocido, porque es la profesión de fe que todos los piadosos israelitas recitan cada día, por la mañana y por la tarde: «Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas». Y añade: «El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que estos». 

El escriba coincide con él: «Muy bien, Maestro: tienes razón al decir que Él es el único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Aquel escriba se muestra tan sabio y sincero que Jesús le hace un halago que a todos nos gustaría recibir: «No estás lejos del Reino de Dios». 

Jesús y su interlocutor están de acuerdo en el amor a Dios y al prójimo; dos mandamientos que están tan unidos que forman uno solo. Jesús es aquel que sabe amar más que todos y mejor que todos. Jesús ama al Padre por encima de todo. En todo el Evangelio se siente la particular relación entre Jesús y el Padre. Es la razón de su vida. 

Los apóstoles aprenden de la singular confianza que tenía en el Padre, hasta el punto de llamarle con el tierno apelativo de «papá» (abbá). En repetidas ocasiones le oyeron decir que el único objetivo de su vida era hacer la voluntad de Dios: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Jn 4, 34). Jesús es realmente el ejemplo más alto de cómo se ama a Dios por encima de todas las cosas. 

Jesús amó con la misma intensidad también a los hombres. Por eso «se hizo carne». En las Escrituras leemos que Jesús amó tanto a los hombres que dejó el cielo (es decir, la plenitud de la vida, de la felicidad, de la abundancia, de la paz) para estar entre nosotros. Y en su existencia hubo como un crescendo de amor y pasión por los hombres, hasta el sacrificio de su misma vida. 

Pero ¿qué significa amar «como a sí mismo»? Hay que fijarse en Jesús para entenderlo, porque Él es quien nos enseña el verdadero amor por nosotros mismos. Jesús, que fue el primero que vivió a fondo estas palabras, sugiere que la felicidad consiste en amar a los demás más que a uno mismo. Es una palabra difícil. ¿Quién puede ponerla en práctica? Debemos contestar que no hay nada imposible para Dios. Y este tipo de amor no se aprende solo o en la escuela de los hombres; al contrario, en esos lugares es aprende, y ya a muy corta edad, a amarse sobre todo a uno mismo, a amar las propias cosas, en contraposición a los demás. 

El amor del que habla Jesús lo recibimos de lo alto, es un don de Dios; de hecho, es el mismo Dios, quien viene a vivir en el corazón de los hombres.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 404-405.

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