Tiempo Ordinario
Viernes de la Semana IV
Textos
Lectura de la carta a los hebreos (13, 1-8)
Hermanos: Conserven entre ustedes el amor fraterno y no se olviden de practicar la hospitalidad, ya que por ella, algunos han hospedado ángeles sin saberlo. Acuérdense de los que están presos, como si ustedes mismos estuvieran también con ellos en la cárcel.
Piensen en los que son maltratados, pues también ustedes tienen un cuerpo que puede sufrir.
Que todos tengan gran respeto al matrimonio y lleven una vida conyugal irreprochable, porque a los que cometen fornicación y adulterio, Dios los habrá de juzgar.
Que no haya entre ustedes avidez de riquezas, sino que cada quien se contente con lo que tiene. Dios ha dicho: Nunca te dejaré ni te abandonaré; por lo tanto, nosotros podemos decir con plena confianza: El Señor cuida de mí, ¿por qué les he de tener miedo a los hombres? Acuérdense de sus pastores, que les predicaron la palabra de Dios. Consideren cómo terminaron su vida e imiten su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Palabra de Dios.
Mensaje[1]
El amor mutuo define a la comunidad como cristiana y la convierte en testigo eficaz del Evangelio. Parte integrante de esta fraternidad es la atención a la «hospitalidad». La acogida es la columna vertebral que recorre la tradición bíblica. El autor recuerda que practicándola «algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles». La referencia a Abrahán, que acogió a aquellos tres viajeros bajo la encina de Mambré es evidente (Gn 18).
Nosotros podríamos añadir que toda la historia cristiana está también marcada por esta tensión hacia la hospitalidad; Jesús, en el juicio universal que narra Mateo, dirá: «Era forastero y me acogieron». El amor fraterno no permanece cerrado en el círculo de la propia comunidad, sino que se amplía necesariamente hacia los demás, hacia los encarcelados y aquellos que sufren, hacia todos aquellos que esperan ayuda.
Rebosa de ternura la invitación: «Acordaos de los presos, como si estuvierais presos con ellos, y de los que son maltratados, pensando que también vosotros tenéis un cuerpo». No es solo una invitación a la solidaridad, sino a cuidar de cualquier persona como si fuese de la propia familia. Esta es en realidad la Iglesia, la familia de Dios, que incluye a los pobres. El matrimonio también entra en el horizonte de este amor.
El autor quiere preservarlo de las traiciones que nacen de la insatisfacción de los instintos o de los deseos de cada uno. El matrimonio, en efecto, va más allá de la simple unión sexual; tiene por objeto la creación de una familia que permita una existencia en armonía en todas las fases y situaciones de la vida. Los cristianos están invitados a elegir un estilo de vida sobrio y no sometido a una carrera ansiosa por el bienestar personal, que no tiene en cuenta la vida de los demás.
Por ello la Carta pone en guardia sobre todo contra la avaricia, es decir, el acumular riquezas para uno mismo sin considerar la responsabilidad por los pobres y los débiles. La llamada a «contentarse» con lo que se tiene no es una invitación a la resignación, sino una exhortación a abandonarse a la misericordia de Dios, que siempre es fiel. Se trata de un estilo de vida evangélico que Jesús vivió en primera persona y que transmitió a sus discípulos.
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 90-91.