Por su fe… dominaron la violencia

Tiempo ordinario

Lunes de la semana IV

Textos

Lectura de la carta a los hebreos (11, 32-40)

Hermanos: ¿Para qué seguir hablando sobre el poder de la fe? Me faltaría tiempo, si tuviera que exponer en detalle lo que hicieron Gedeón, Baruc, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas. Por su fe, ellos conquistaron reinos e hicieron justicia, lograron que se fueran cumpliendo las promesas divinas, cerraron las fauces de los leones, dominaron la violencia del fuego, se salvaron del filo de la espada, vencieron las enfermedades, fueron valientes en la guerra y pusieron en fuga a los ejércitos extranjeros.

Hubo también algunas mujeres, que por su fe obtuvieron la resurrección de sus hijos muertos. Muchos, sometidos a las torturas, prefirieron no ser rescatados, para alcanzar así la resurrección. Unos sufrieron escarnios y azotes, cadenas y cárcel.

Otros, fueron apedreados, aserrados, torturados y muertos a espada; anduvieron errantes, cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, faltos de todo, pasando necesidad, apuros y malos tratos. Esos hombres, de los cuales no era digno el mundo, tuvieron que vagar por desiertos y montañas, por grutas y cavernas.

Sin embargo, todos ellos, aunque acreditados por su fe, no alcanzaron a ver el pleno cumplimiento de la promesa: es que Dios había dispuesto para nosotros algo mejor y no quería que ellos llegaran, sin nosotros, a la perfección. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

El autor de la Carta prosigue la historia de los ejemplos de creyentes con la experiencia del sacrificio de Isaac. Es una página que muestra a Abrahán obediente a Dios aunque no comprenda el sentido profundo de la petición que se le ha dirigido. El creyente es el que confía en Dios aunque no comprenda, sabiendo sin embargo que en todo caso no será abandonado.

Abrahán cree que si Dios le pide el sacrificio de Isaac sabrá también devolvérselo. En efecto –advierte el autor– «poderoso era Dios aun para resucitarlo de entre los muertos» (11, 19). Esta fe tan sólida movió también a los patriarcas Isaac, Jacob y José. Ellos bendijeron a sus hijos desde el lecho de muerte, asegurándoles la promesa de Dios. También la vida de Moisés estuvo acompasada por la fe. Por esto afrontó al faraón y, sin temor, condujo fuera de Egipto al pueblo.

En esta historia de Moisés los cristianos podían encontrar su historia. También ellos eran amenazados con graves penas por las leyes imperiales y debían soportar injusticias y humillaciones. Pero la fe permite superar las dificultades. Sin un orden cronológico o lógico preciso, el autor hace después una lista sumaria de los «éxitos» obtenidos por fe: se trata de empresas heroicas, de victorias militares, de éxitos políticos y de la resurrección de los muertos.

Es una invitación a los creyentes para que recuerden la fuerza de la fe que actúa en la historia. Por lo demás, también Jesús dijo que una fe pequeña como un grano de mostaza «puede mover montañas» (cf. Mc 11, 23). Por eso los cristianos no deben resignarse ante la violencia del mal: la fe es más fuerte. Aun cuando la violencia se abate sobre ellos, la fe les salvará. El autor recuerda, como en un martirologio, a los creyentes que fueron perseguidos. Ellos aceptaron la muerte por la fe, por su lazo con el Señor.

Y concluye: «Y todos ellos, aunque alabados por su fe, no consiguieron el objeto de las promesas. Dios tenía dispuesto algo mejor para nosotros, de modo que no llegaran ellos sin nosotros a la perfección» (11, 39-40). A los creyentes de la vieja alianza se les dio la promesa de una patria eterna, pero ninguno pudo entonces alcanzarla. Solo Jesús, sumo sacerdote e Hijo de Dios, ha abierto el camino para todos.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 86-87.

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