Aquí estoy, Dios mío; vengo para cumplir tu voluntad

Tiempo ordinario

Martes de la semana III

Textos

Lectura de la carta a los hebreos (10, 1-10)

Hermanos: Puesto que la ley de la antigua alianza no contiene la imagen real de los bienes definitivos, sino solamente una sombra de ellos, es absolutamente incapaz, por medio de los sacrificios, siempre iguales y ofrecidos sin cesar año tras año, de hacer perfectos a quienes intentan acercarse a Dios. Porque si la ley fuera capaz de ello, ciertamente tales sacrificios hubieran dejado de ofrecerse, puesto que los que practican ese culto, de haber sido purificados para siempre, no tendrían ya conciencia de pecado. Por el contrario, con esos sacrificios se renueva cada año la conciencia de los pecados, porque es imposible que pueda borrarlos la sangre de toros y machos cabríos.

Por eso, al entrar al mundo, Cristo dijo, conforme al salmo: No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije -porque a mí se refiere la Escritura-: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para cumplir tu voluntad”.

Comienza por decir: No quisiste víctimas ni ofrendas, no te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado -siendo así que eso es lo que pedía la ley-; y luego añade: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para cumplir tu voluntad”.

Con esto; Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez por todas. Palabra de Dios.

Descargar los textos en PDF

Mensaje[1]

El autor de la Carta nos lleva a la centralidad del misterio cristiano: no es la multiplicación de nuestras oblaciones lo que salva, sino solo el sacrificio de Cristo. El amor que le ha llevado a dar su propia vida hasta la muerte en cruz es la razón de nuestra salvación. Ya el salmista lo sugería prediciendo la encarnación misma de Jesús: «No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo» (Salmo 40).

Esta cita evoca el «cuerpo» eucarístico de Jesús. También el apóstol Pablo presenta la Cena del Señor como el anuncio de la «muerte del Señor» (1 Cor 11, 26) y de su fuerza salvífica. Los sacrificios antiguos no salvaban de los pecados porque no transformaban el corazón del hombre, mientras que la participación en el «cuerpo» de Cristo en la Eucaristía transforma al creyente en el cuerpo mismo de Jesús que, resucitado, está a la diestra de Dios.

Desde el trono de su gloria del cielo, él espera que «haga de tus enemigos estrado de tus pies» (Sal 110, 1). Con su resurrección de la muerte Jesús ha derrotado para siempre al príncipe del mal y la misma muerte, y espera la manifestación plena de la victoria. Y la comunidad cristiana, cada vez que se reúne para la Eucaristía, celebra esta victoria. Sin embargo, sabemos que todavía esperamos la «perfección» a la que hemos sido llamados, pero el camino ya está abierto de manera definitiva: es la comunión con Cristo y entre los hermanos.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. p. 79.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *