Tú eres sacerdote para siempre, como Melquisedec

Tiempo Ordinario

Miércoles de la semana II

Textos

Lectura de la carta a los hebreos (7, 1-3. 15-17)

Hermanos: Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios altísimo, salió al encuentro de Abraham, cuando éste volvía de derrotar a los reyes, y lo bendijo. Abraham le dio entonces la décima parte de todo el botín.

El nombre de Melquisedec, significa rey de justicia y el título rey de Salem, significa rey de paz. No se mencionan ni su padre ni su madre, y aparece sin antepasados. Tampoco se encuentra el principio ni el fin de su vida. Es la figura del Hijo de Dios, y como él, permanece sacerdote para siempre.

En efecto, como Melquisedec, Jesucristo ha sido constituido sacerdote, en virtud de su propia vida indestructible y no por la ley, que señalaba que los sacerdotes fueran de la tribu de Leví. La palabra misma de Dios lo atestigua, cuando dice: Tú eres sacerdote para siempre, como Melquisedec. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

En el pasaje de hoy el autor de la Carta motiva el lazo del sacerdocio de Jesús con el de Melquisedec más que con el sacerdocio levítico que se remontaba a Aarón y su descendencia. En los versículos 4-14, que hoy no hemos leído, se explica de hecho la relación de Jesús con Melquisedec y no con Aarón.

Pero ¿quién es Melquisedec? Es «rey de justicia» (sedeq en hebreo significa justicia), y también «rey de Salem» (Jerusalén), es decir, «rey de paz». Él es presentado como un personaje más allá de la historia de Israel, como precursor de las promesas de Dios y del sacerdocio de Cristo. Por esto Jesús representa «otro sacerdote» (versículo 15) diferente al de Israel que se remonta a Aarón.

Y es un sacerdocio indestructible, porque no se ha realizado según descendencia humana. En el salmo 110 el salmista canta: «Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec». Jesús es el sacerdote de la humanidad, sacerdote universal, venido para toda la humanidad. Por eso todos estamos insertos en este sacerdocio: con el bautismo, todo cristiano se convierte en «sacerdote, rey y profeta».

Y juntos somos un pueblo de sacerdotes, reyes y profetas en virtud del único sacrificio de Cristo que nos ha hecho partícipes de su misma vida divina. Permanezcamos en este pueblo para ser también nosotros portadores de las promesas de Dios. Sacerdotes, por ser instrumentos de comunión con la vida divina que con el bautismo ha entrado en nosotros. Reyes, porque recibimos la fuerza real del Señor mediante su gracia. Profetas, llamados a comunicar la alegría del Evangelio de Cristo muerto y resucitado por nosotros.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 71-72.

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