Tiempo ordinario
Martes de la semana II
Textos
Lectura de la carta a los hebreos (6, 10-20)
Hermanos: Dios no es injusto para olvidar los trabajos de ustedes y el amor que le han mostrado al servir a sus hermanos en la fe, como lo siguen haciendo hasta hoy. Deseamos, sin embargo, que todos y cada uno de ustedes mantenga hasta el fin el mismo fervor y diligencia, para alcanzar la plenitud de su esperanza. Así, lejos de volverse negligentes, serán ustedes imitadores de aquellos que, por la fe y la paciencia, heredan lo prometido por Dios. En efecto, cuando Dios hizo la promesa a Abraham, como no había nada superior por lo cual jurar, juró por sí mismo, diciendo: Te colmaré de bendiciones y te daré una descendencia innumerable. Por este motivo, Abraham perseveró en la paciencia y alcanzó lo prometido por Dios. Cuando los hombres juran, lo hacen por alguien superior a ellos, y el juramento pone fin a toda discusión. También Dios, cuando quiso mostrar con plenitud a los herederos de la promesa lo irrevocable de su decisión, se comprometió con un juramento.
Así pues, mediante estos dos actos irrevocables, promesa y juramento, en los cuales Dios no puede mentir, tenemos un consuelo poderoso los que buscamos un refugio en la esperanza de lo prometido. Esta esperanza nos mantiene firmes y seguros, porque está anclada en el interior del santuario, ahí donde Jesús entró, precediéndonos, constituido sumo sacerdote, como Melquisedec. Palabra de Dios.
Mensaje[1]
La Carta a los hebreos insiste en el juramento de Dios, ese acto solemne que Dios realizó con Abrahán y con Israel. Ese juramento implicaba fidelidad y compromiso para realizar cuanto Dios había prometido, es decir, la salvación del pueblo que había elegido como «suyo». El juramento que hizo con Abrahán era un acto gratuito que Dios hizo por amor. Los cristianos se insertan en esta historia antigua. Jesús la ha llevado a cumplimiento, sin eliminarla.
Por eso la Carta a los hebreos insiste en el lazo con Abrahán y con las promesas que el Señor hizo al patriarca. A través de Abrahán también Melquisedec fue en introducido en la historia de la salvación, aun no siendo judío. Podríamos decir que nadie puede construir su vida fuera de una historia más grande.
A veces tenemos la tentación de considerarnos únicos, irrepetibles, como si todo comenzase y acabase con nosotros, perdiendo la alegría de ser parte de la historia de un pueblo, el pueblo de los cristianos, pero incluso antes del pueblo de la promesa hecha a Abrahán, ese pueblo de Israel al que los discípulos de Jesús están especialmente vinculados, porque es a través de ellos como las promesas han llegado hasta nosotros. Cuando se olvida la historia de amor en la que estamos insertos, corremos el riesgo de que prevalezca un sentido de reivindicación de derechos y consecuentemente una pereza que lleva lejos de ese «celo», de esa pasión por el Evangelio de Jesús que siempre se pide a los cristianos, y que en este tiempo el papa Francisco no deja de recordar.
Aferrémonos sólidamente a «la esperanza propuesta» para ser también nosotros portadores de las promesas de Dios, de su diseño de amor para todos los hombres, de su presencia sobre todo allí donde el sufrimiento y el dolor marcan la existencia de los hombres y de las mujeres. Jesús no dejará que nunca les falte lo necesario a los que confían en él, porque él es Señor del sábado y de la historia.
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 70-71.