Yo lo ví y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios

Tiempo Ordinario

Domingo de la Semana II

Textos

† Del evangelio según san Juan (1, 29-34)

En aquel tiempo, vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: “Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo.

Este es aquel de quien yo he dicho: ‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo’.

Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que él sea dado a conocer a Israel”.

Entonces Juan dio este testimonio: “Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él.

Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo’.

Pues bien, yo lo ví y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. Palabra del Señor.

Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez

Mensaje[1]

Juan ve a Jesús «venir hacia él». Es Jesús, quien «va hacia» Juan, y no al revés. El Bautista estaba a orillas del río, y es Jesús quien se acerca a él, como es Jesús quien viene hacia nosotros. Y lo hace con humildad, con delicadeza, sin imponerse de manera violenta. Se podría decir que es el estilo de Jesús: no quiere imponerse, sino ser amado. 

Lo hemos visto ya en Navidad: Jesús baja del cielo para visitarnos y permanece a nuestro lado aunque no lo acojamos, así de grande es su amor por nosotros, como escribe Juan: «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito» (Jn 3, 16) y el Hijo «no codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana» (Flp 2, 6).

El amor de Dios nos precede y nos envuelve. Y, aunque los hombres lo rechacen, Dios no deja de visitarnos. El Bautista nos ayuda a abrir los ojos del corazón para poder ver este misterio. La costumbre puede distraernos, la concentración en nosotros nos nubla la visión y el orgullo nos ciega. El Bautista es un ejemplo para nosotros. No tiene miedo de decir: «Yo no le conocía». Y aunque lo había visto en el pasado, no había comprendido el «verdadero» rostro de Jesús.

Es fácil para nosotros presumir de conocer ya al Señor y sentirnos como dispensados de la búsqueda más profunda de su rostro, de la comprensión más cálida y apasionada del Evangelio. Nuestra pereza espiritual puede hacernos creer que es posible vivir de las rentas, siguiendo con más o menos cansancio. El Bautista nos empuja a crecer en el conocimiento de Jesús, a estar más dispuestos a responder con generosidad a las preguntas de amor que siguen viniendo de las muchas periferias de este mundo nuestro. Si Juan, con su grandeza de espíritu, afirma: «Yo no le conocía», ¿cuánto más deberíamos decirlo nosotros? Y no olvidemos que poco antes había dicho a la gente: «Entre vosotros hay uno a quien no conocéis» (Jn 1, 26).

Hagamos nuestro el deseo del Bautista de encontrar a Jesús. Hay muchas maneras de vivirlo, pero todas se basan en tomar de nuevo el Evangelio entre las manos y escucharlo con filial perseverancia. Tratemos de abrir sus páginas dejándonos tocar el corazón: veremos al Señor acercarse. Lo veremos como un «cordero que quita el pecado del mundo»; lo veremos como el que carga sobre sí nuestro cansancio, nuestra angustia, nuestras cruces, nuestras dudas, nuestras incertidumbres y nuestros pecados.

De este conocimiento parte nuestro seguimiento del Señor. Así sucedió en aquel pequeño rincón de Palestina: entre fuertes pasiones, búsquedas y enfrentamientos, comenzó el largo camino de la Palabra de Dios por las vías del mundo. En aquel hombre que tenía delante, Juan contempló a quien salvaría a muchos, a quien cargaría sobre sus hombros (esto significa «quitar») el pecado del mundo, a quien desataría los lazos violentos que todavía hoy siguen amargando la vida de los hombres.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 67-69.

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