Apresurémonos, pues, a entrar en el descanso del Señor

Tiempo Ordinario

Viernes de la Semana I

Textos

Lectura de la carta a los hebreos (4, 1-5. 11)

Hermanos: Mientras está en pie la promesa de entrar en el descanso de Dios, tengamos cuidado, no sea que alguno se quede fuera. Porque a nosotros también se nos ha anunciado este mensaje de salvación, lo mismo que a los israelitas en el desierto; pero a ellos no les sirvió de nada oírlo, porque no lo recibieron con fe. En cambio, nosotros, que hemos creído, ciertamente entraremos en aquel descanso, al que se refería el Señor, cuando dijo: Por eso juré en mi cólera que no entrarían en mi descanso.

Los trabajos de Dios terminaron con la creación del mundo, ya que al hablar del séptimo día, la Escritura. dice que Dios descansó de todos sus trabajos el día séptimo; y en el pasaje de que estamos hablando, afirma que no entrarían en su descanso. Apresurémonos, pues, a entrar en ese descanso; no sea que alguno caiga en la infidelidad, como les sucedió a los israelitas. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

La tentación de los cristianos, de la que el autor de la Carta nos quiere alertar, es análoga a la que tuvieron los israelitas al llegar a las puertas de Caná, es decir, quedarse «rezagados» y no entrar en la tierra prometida, en definitiva, retirarse ante el amor de Dios, no dejarse envolver por su abrazo. 

Sin embargo, esta es precisamente la buena noticia que el Señor ha venido a dar a la humanidad. En el nuevo tiempo iniciado por Jesús todo esto es aún más claro: Él ha venido a la tierra para amarnos; no solo no nos quita nada, sino que nos lo da todo. Tampoco él «se echa atrás», es más, ha descendido hasta ofrecer su vida por nosotros. Por el contrario, somos nosotros los tentados a no «entrar en su descanso». Muchas veces tenemos miedo de dejarnos abrazar por el Señor, de dejarnos amar por él, prefiriendo la tristeza de quedarnos solos. 

El autor llama «desobediencia» a esa actitud que nos lleva a preferirnos nosotros mismos más que el descanso que nos propone Dios. Es sabio reconocer el miedo que tenemos a dejarnos restaurar por la Palabra y la misericordia de Dios. Por eso Jesús viene a nuestro encuentro y nos dice: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28). El «descanso», el reposo que se nos propone es el abrazo de amor de Dios que experimentamos en el abrazo materno de la Iglesia, de la comunidad de creyentes. 

La Palabra que se nos dirige cada día mientras el Señor nos abraza cura las heridas del corazón, nos da paz y nos hace crecer en la caridad y en la alegría. La Iglesia, la comunidad de los hermanos y las hermanas, vive ya desde ahora el día del «descanso», el «séptimo día», que ve a Dios reinar con amor sobre todos. Tiene razón el autor cuando exhorta a los creyentes para que entren deprisa en el tiempo y en el lugar del descanso: «Esforcémonos, pues, por entrar en ese descanso, para que nadie caiga imitando aquella desobediencia». 

El «descanso» es la morada de Dios donde los cristianos están invitados a entrar: es el don que recibimos convirtiéndonos en hijos amados y custodiados por la comunidad cristiana. En ella nos alimenta la Palabra, nos guía el amor de los hermanos y se nos exhorta a la caridad con los pobres y a edificar la paz. En efecto, la Palabra de Dios nos alimenta con un manjar siempre nuevo, adaptado a cualquier edad espiritual, y sostiene a los creyentes para que sepan extirpar el mal y edificar el bien.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 65-66.

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