Él mismo fue probado por medio del sufrimiento

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Miércoles I semana

Textos

Lectura de la carta a los hebreos (2, 14-18)

Hermanos: Todos los hijos de una familia tienen la misma sangre; por eso Jesús quiso ser de nuestra misma sangre, para destruir con su muerte al diablo, que mediante la muerte, dominaba a los hombres, y para liberar a aquellos, que por temor a la muerte, vivían como esclavos toda su vida. Pues como bien saben ustedes, Jesús no vino a ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham; por eso tuvo que hacerse semejante a sus hermanos en todo, a fin de llegar a ser sumo sacerdote, misericordioso con ellos y fiel en las relaciones que median entre Dios y los hombres, y expiar así los pecados del pueblo. Como él mismo fue probado por medio del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la prueba. Palabra de Dios.

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Mensaje[1]

Jesús no es solo un sacerdote ejemplar, es el «sumo sacerdote», el mayor, porque, ciertamente, «no vino a ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham» Se ha hecho cargo de los hombres, les ha salvado de las enfermedades, ha curado la fragilidad, ha confortado el corazón cansado: es verdaderamente «un sumo sacerdote misericordioso». 

Ha querido tener en común «la sangre y la carne» con los hombres, compartiéndolo todo: como los pobres también él ha sufrido el hambre y la sed, como los perseguidos a causa de la justicia también él ha sido insultado, como los presos también él ha sido encarcelado. En efecto, «como él mismo fue probado por medio del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la prueba», escribe el autor de la Carta. En efecto, como los condenados a muerte, ha recibido una sentencia capital y, manso y humilde de corazón, ha emprendido el camino del Calvario. Crucificado inocente, Jesús ha hecho de la cruz el altar del sacrificio del que ha sido sumo sacerdote y víctima. 

Sobre la cruz ha llevado el pecado de los hombres y, perdonando a los que le mataban, ha perdonado a toda la humanidad: se ha ofrecido en sacrificio para «expiar los pecados del pueblo». Es el misterio de un amor verdaderamente grande y sin límites: Jesús crucificado, en vez de maldecir hace de la cruz el lugar de bendición para todos. Desde ese altar, Cristo sumo sacerdote actúa por cuenta del pueblo, perdona y propone a los hombres una ley diferente: no la de la venganza, sino la de la misericordia y el perdón. Jesús, «semejante en todo a sus hermanos», se hace partícipe de su mayor debilidad, la muerte. Por este misterio de amor seguimos dando gracias y sobre todo no dejamos de unirnos al que ha descendido en medio de nosotros para hacernos partícipes de su misma vida.


[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 63-64.

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