Yo soy la voz que grita en el desierto: enderecen el camino del Señor

Adviento

Domingo de la III semana – Ciclo B

Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.

Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino testigo de la luz.

Este es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?” El reconoció y no negó quién era. El afirmó: “Yo no soy el Mesías”.

De nuevo le preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?” El les respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?” Respondió: “No”. Le dijeron: “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron.

¿Qué dices de ti mismo?” Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”.

Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”.

Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba. Palabra del Señor.

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A Isaías y a María, pedagogos del adviento se suma Juan el Bautista que junto con ellos es figura emblemática en este tiempo. Para Juan Bautista el mayor gozo de su vida fue que «que Él crezca y que yo disminuya».

El Domingo pasado, el evangelio de Marcos nos describió lo que Juan Bautista hacía para preparar el camino del Señor. Este domingo, el evangelio de Juan nos lleva a su identidad personal ante el Mesías por venir. Nos enseña el Bautista que para poder hablar de Jesús a otros es necesario que sepamos también “quiénes somos” nosotros. El verdadero testimonio acerca de Jesús debe ir acompañado de un sano, realista y humilde conocimiento de sí mismo.

Hoy consideramos dos partes de la primera página del evangelio de Juan, la primera es un texto del prólogo que presenta a Juan Bautista como “testigo de la luz”, la segunda, retoma la primera escena del evangelio, en ella se muestra cómo lleva a cabo dicho testimonio, subrayándose el tema de la identidad.

Consideramos primero un párrafo del prólogo del cuarto evangelio. Juan el Bautista es presentado como “testigo del Cordero”, como el que reconoce a Jesús como enviado del Padre y sobre quien se posa el Espíritu Santo. 

Esta figura de Testigo es importante. Un testigo es una persona que ha sido tocada por lo que ha visto, marcada por el encuentro que ha tenido. No es su persona la que cuenta, por eso no hay lugar para el protagonismo o la auto referencialidad. Lo que él lleva a ver es a otro y su tarea es conducir hacia ese otro, hacia Jesús, a quien todavía no conocen, y favorecer el comienzo de una relación más personal con Jesús.

Dar testimonio de Jesús, presentarlo a otras personas, requiere descubrirse a si mismo a fondo y en relación con Él. El testigo tiene como tarea suscitar el sentido de una presencia fuerte, la de la persona de aquel que testimonia: «en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen».

Después del pasaje correspondiente al prólogo del evangelio, comienza la narración. En la primera escena no aparece Jesús sino Juan Bautista cuya presencia y mensaje no había pasado desapercibida por las autoridades que en ciertos momentos se veían perplejas e incómodas tanto por sus palabras como por su estilo de vida. Para salir de dudas «enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?”»

El texto deja entrever que la primera pregunta se refirió a si él se identificaba o no con el Mesías. Era una pregunta acerca de su identidad. Tres veces le preguntan lo mismo. A la pregunta Juan contestó categóricamente «reconoció y no negó quién era», y dijo con claridad: «Yo no soy el Mesías». 

La respuesta de Juan tiene una profunda enseñanza: para reconocer quien somos tenemos que reconocer también quiénes no somos. Juan el Bautista niega la identidad que otros le adjudican. Tener claridad sobre quién no es él, le ayuda a encontrar su propio lugar, le ayuda a situarse frente a Jesús y frente a sí mismo. En el evangelio de Juan sólo Jesús responderá diciendo «Yo Soy» con una clara evocación al nombre de Dios revelado en el libro del Éxodo 3,14.

La pregunta que sigue es: si no es el Mesías, ¿Quién es el Bautista? Quienes lo interrogan insisten preguntándole si es Elías, el gran profeta cuya memoria ocupaba un lugar distinguido en el pueblo de Israel. En efecto, no olvidaban que Elías había terminado sus días desapareciendo en un carro de fuego y, desde entonces, el pueblo esperaba su regreso. Las autoridades judías tampoco tuvieron respuesta positiva en esta ocasión. La siguiente pregunta se imponía: «“¿Eres el profeta?» y la respuesta a esta pregunta que hacía ver sus expectativas también fue negativa. Entonces cambiaron la pregunta y le dijeron directamente: «Entonces dinos quién eres…. ¿Qué dices de ti mismo?». Tenían el compromiso de llevar una respuesta a las autoridades que los habían enviado.

Ante las preguntas que Juan contestó abiertamente y ante la interpelación que la hacía en primera persona, Juan ofreció cuatro respuestas, aclarando su identidad, su misión, el lugar desde el que cumple su encomienda y el contenido de su mensaje: «Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’». Esta respuesta es muy parecida a la que había dado Isaías (40,3), con alguna ligera adaptación.

Juan se autodefine como «una voz», él no es la Palabra; es el mediador, el canal que da paso a la Palabra. 

Se caracteriza como «voz que grita», es decir, es alguien que interpela, que habla, que cuestiona, que no se calla. Es alguien que pretende hacerse sentir. No es una voz cualquiera, es una voz que se debe oír guste o no guste. Por esto, es voz que grita. Su mensaje no es para que se quede sepultado en el silencio o para ser escuchado por pocos. Cuando se grita es por que se quiere hacer oír. No es una voz al oído. 

Juan continúa diciendo que es voz que grita «en el desierto», que evoca la experiencia del Éxodo pero también la situación del corazón cuando hay resistencia para dejar entrar en el a Dios. Juan predica a los corazones y hay corazones sin Dios, que están áridos, que son como un desierto. 

El mensaje de Juan es: preparar el camino de Señor, sale a relucir la misión que ya consideramos el domingo pasado.

No quedo a todos clara la respuesta y le hacen una última pregunta: «Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?”». Le pide una explicación porque para ellos no es claro el por qué bautiza si no es el Mesías, ni el profeta. Juan aclara que él bautiza sólo con agua y abre el horizonte diciendo «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias».

El evangelio no dice que entendieron los que interrogaban; lo más probable es que hayan entendido muy poco.

La identidad cristiana ¿quién soy? No es otra cosa que el testimonio que transparenta la relación personal con Jesús. La identidad es relacional. Esto puede implicar el testimonio extremo, último y radical, de morir por Jesús, como pasó con el Bautista. Pero es igualmente importante vivir, hasta el día de la muerte, en fidelidad a la amistad con Jesús ofreciendo voluntariamente la vida por el amigo.

No se necesita una muerta cruenta para ser mártir; san Cipriano decía que se puede ser mártir, siendo testigo en la vida diaria. Lo único que hace que los mártires sean mártires es la fidelidad al evangelio.

Juan Bautista fue el primer testigo de Jesús, del Mesías que viene. La figura de Juan, su ministerio y estilo para dar testimonio, es el tema de meditación este domingo. Como testigo Juan no tiene luz propia, sino luz reflejada sobre él por la Palabra que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre Esto implica una actitud de despojo, de resistencia a la tentación de mirarse a si mismo y vivir en permanente adoración de Aquél que es «más grande».

La iconografía recoge la imagen de Juan, indicando al espectador con su índice que dirija su mirada hacia Jesús, el “cordero de Dios que quita el pecado del mundo” Él es el hombre de la vida interior que escucha la Palabra para ser voz. Es imagen de una Iglesia que tiene en el centro al Señor pero que no lo sustituye. En el centro siempre está Jesús, a quien siempre hay que buscar; necesitamos que Juan nos lo indique, él lo señalará con la voz, nosotros lo veremos con el amor.


[1] Oñoro, F. La identidad del que prepara el camino del SeñorJuan 1, 6-8.19-28. CEBIPAL/CELAM.

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