Semana Santa
Miércoles
Textos
† Del evangelio según san Mateo (26, 14-25)
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?” Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata.
Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo.
El primer día de la fiesta de los panes Azimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” El respondió: “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa’ ”. Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce y mientras cenaban, les dijo: “Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme”. Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: “¿Acaso soy yo, Señor?” El respondió: “El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme.
Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido”. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Acaso soy yo, Maestro?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”. Palabra del Señor.
Fondo Musical: P. Martin Alejandro Arceo Álvarez
Mensaje[1]
La traición de Judas suscita siempre sentimientos de dolor y desconcierto. Judas llega a vender a su maestro por treinta denarios (el precio del rescate de un esclavo).
¡Cuánta amargura hay en las palabras iniciales del Evangelio que hoy hemos escuchado: «Uno de los doce»! Sí, uno de los más amigos. Uno a quien Jesús había escogido, a quien había amado y de quien se había preocupado, y a quien también había defendido de los ataques de los enemigos. Ahora es precisamente él quien le vende a los enemigos. Judas se había dejado seducir por la riqueza, alejándose del maestro hasta idear la traición y luego llevarla a cabo.
Jesús, por lo demás, había dicho claramente: «No se puede servir a Dios y al dinero» (Mt 6, 24). Judas acaba prefiriendo finalmente lo segundo, y se encamina por esa vía. Sin embargo, la conclusión de esta aventura es muy distinta de como Judas la concebía. Quizá su angustia comienza precisamente con la preocupación de encontrar el modo y el momento de «entregar a Jesús».
El momento está por llegar, coincide con la Pascua, con el tiempo en que se inmola el cordero en re-cuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto. Jesús sabe bien lo que le espera: «Mi tiempo está cerca», confió a las doce. Pide a los discípulos que preparen la cena pascual, la cena del cordero. Con esta decisión Jesús muestra que en realidad no era Judas quien le «entrega» a los sacerdotes, sino que, por el contrario, es él mismo el que se «entrega» a la muerte por amor a los hombres.
En efecto, Jesús podía retirarse fuera de Jerusalén a un lugar desierto y así escapar a la captura. No lo hizo. Se quedó en Jerusalén para celebrar la cena en la que los judíos recuerdan la decisión de Dios de liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. La petición de amor de aquella tarde continúa resonando en los oídos de todos los discípulos, de todos los hombres.
La Pasión de Jesús no ha terminado. Desde todos los lugares del mundo aún hoy sube la petición de amor y de salvación de los pobres, de los débiles, de los que están solos, de los condenados, de quienes son martirizados por la maldad humana. A todos se nos invita a escuchar esta petición de amor y a alejar el instinto de traición que se esconde en el corazón de cada hombre. Incluso Judas, aquella tarde, para esconder su intención de los demás, se atreve a decir: «¿Soy yo acaso, Rabbí? ». Interroguémonos sobre nuestras traiciones, no para dejarnos abrumar por ellas, sino para unirnos aun más a Jesús, que continúa cargando con los pecados del mundo y también los nuestros.
[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2019, 151-152