Primer domingo de cuaresma – ciclo B
La cuaresma es el tiempo propicio para «progresar en el conocimiento de Cristo, abrirse a su luz para llevar una vida más cristiana». Es un camino de renovación interior que nos lleva a celebrar existencialmente la Pascua. La Iglesia, en la liturgia cuaresmal nos ayuda poniendo a nuestra contemplación algunas de las más bellas páginas de la Biblia invitándonos a meditar en diversas etapas de la historia de la salvación en las que Dios forma, educa y hace alianza con su pueblo, alianza que se renovará de manera definitiva en Jesús de Nazaret y de la que nosotros participamos por el bautismo.
Cada año, el primer domingo de Cuaresma nos lleva a contemplar a Jesús, en el desierto, tentado por el demonio. Esta emocionante escena es el preludio de todo el ministerio de Jesús y también de los caminos que el discípulo está llamado a recorrer en el seguimiento del Maestro. Contemplando esta escena la pedagogía cuaresmal nos ubica al inicio del camino de renovación espiritual, en la lucha que se da en el corazón del discípulo de Jesús para permanecer fiel a la alianza que en el bautismo se ha hecho con Él.
… el Espíritu le empujó al desierto,
Una vez que Jesús ha asumido el proyecto del Padre como suyo, los primeros pasos de su camino lo llevan a la consolidación de la experiencia vivida. El Espíritu lo conduce al desierto, el espacio de la maduración, de la formación, de la escucha. Curiosamente el Espíritu no lo ha conducido inmediatamente a la misión, sino a la experiencia del combate con el maligno.
Para el hombre de la biblia el desierto es una imagen ambivalente. Al mismo tiempo que evoca un lugar inhóspito, peligroso, silencioso, lugar de penurias y donde habita el mal, es también el lugar de la purificación, de la renovación de la alianza, de la experiencia del cuidado amoroso de Dios que hace sentir de manera palpable su fidelidad.
… y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás.
A diferencia de Mateo y Lucas, el relato de Marcos es muy austero. No describe con detalle la experiencia de Jesús ni nos dice en qué consisten las tentaciones pero nos hace entender que duran los 40 días y que lo que está a prueba es la fidelidad de Jesús al camino trazado por el padre. No se trata pues de momentos puntuales y aislados en la vida de Jesús, sino de una constante que también se reproducirá, como punto de partida para la misión, en la vida de sus discípulos.
Las tentaciones atraviesan la vida de Jesús y en todas ellas Jesús constantemente renueva su fidelidad al proyecto del Padre. El evangelio es elocuente al presentarnos a Jesús en la disyuntiva de elegir un camino distinto al trazado por Dios para su Mesías. Así sucede cuando los fariseos que le piden demostraciones de poder (cfr. Mc 8,11-13); cuando Simón que acaba de confesarlo como Hijo de Dios vivo intenta apartarlo del camino (Mc 8,33); cuando siente inminente su muerte y pide a Dios que aleje de él esa prueba (Mc 14,35) y cuando quienes lo crucificaron lo desafían a bajarse de la cruz (Mc 15,30).
…estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían.
Llama la atención que la escena ubica a Jesús entre los animales del campo. El desierto es un lugar en el que la gente corría peligro al verse a merced de los animales salvajes. El estar entre ellos, conviviendo pacíficamente, evoca el ideal mesiánico anunciado por Isaías según el cual, cuando llegara el Mesías, animales tan diferentes como el lobo y el cordero, la vaca y la osa, estarían juntos, simbolizando así el fin de la violencia.
Por otra parte el servicio de los ángeles evoca la protección de Dios, indicando así que Dios está junto a su Hijo en los momentos de fidelidad y de qué lado está en los conflictos de la historia. Se presenta a Jesús como un nuevo Adán, prototipo de una humanidad nueva en la que se encarna y en la que forma a sus discípulos que, al seguirlo, están llamados a identificarse con Él.
¿Cómo actúa Satanás?
El enemigo hace, en quien permite que el mal se anide en su corazón, que se olvide de que es imagen de Dios y de que tiene la dignidad de Hijo de Dios. La persona se encierra en su ego, es feliz aislándose, porque desconfía de los demás; justifica todo con tal de tener lo que considera necesario para una vida plena. Pierde la capacidad de ver en la creación la presencia de Dios; en las cosas, en las criaturas y en las personas ve objetos que puede manipular para llenar sus necesidades.
Sin embargo el mal es débil, no tiene existencia por sí mismo, sólo puede subsistir engañando y tomando prestada la existencia que le concedamos en nuestras vidas. Este es el testimonio de los santos, que vivieron como nosotros los embates del mal y nos enseñan que el mal no tiene fuerza en sí, sobrevive por la fuerza que el ser humano le proporciona.
San Ignacio en una de las reglas para el discernimiento de espíritus subraya que el enemigo es flaco por fuerza y solamente fuerte por grado, es decir, débil por naturaleza y envalentonado cuando nos apocamos. Para san Ignacio la única manera de vencerlo es darle la cara, enfrentarlo, desenmascararlo, ponerlo al descubierto, pues ante la resolución de quien ha descubierto sus trucos, el demonio no tiene poder.
El mal es descrito como un parásito que no tiene existencia real más allá de la que cada quien le adjudique con sus pensamientos, actitudes y acciones egoístas. Pero no por eso es menos peligroso: actúa conquistando la conciencia, haciéndonos creer que somos seres egoístas y crueles, haciendo que el corazón de carne con el que Dios nos creó se convierta en un corazón de piedra, insensible al hermano.
El mal se anida en los pensamientos del ser humano y se manifiesta en las actitudes que Pablo describió en sus cartas como «obras de la carne»: injusticia, perversidad, codicia, maldad, envidia, homicidio, pleitos, engaños, malicia, difamación, traición, odio de Dios, ultrajes, altanería, habilidad para hacer el mal, insensatez, etc. (Rom 1, 29).
La presencia del mal en la vida humana es bastante más compleja y sutil que sus manifestaciones más obvias. Su acción destructiva no es siempre perceptible ya que puede enmascararse de múltiples formas, hasta en los más altos ideales. Pero en cualquier caso, deja en quien lo padece una sensación de vacío interior, sinsentido, aislamiento y desánimo, más allá de las alegrías efímeras que proporcionan los satisfactores materiales o intelectuales que se procura.
Si reconocemos que el mal actúa así en nuestra vida y reconocemos que presentamos los síntomas de sus obras, ¿cómo podemos ser liberados de él? Precisamente la respuesta existencial a esta pregunta, centrada en el encuentro con Cristo, es el centro y meta de toda la mistagogía cristiana. De aquí la importancia de no sólo preparar para el bautismo, sino de formar en la perseverancia, para que los signos elocuentes de la experiencia bautismal tengan un significado existencial.
El discípulo de Jesús debe saber que pasará por las pruebas de su Maestro. La cuaresma es un tiempo propicio para confrontar la verdad de la propia vida con el proyecto de Dios, para revisar las formas sutiles en las que el maligno enemigo ha logrado engañarnos, de fortalecernos en la certeza de que Dios siempre es fiel y que con su auxilio podemos salir victoriosos del asedio de Satanás.
Hagamos la experiencia del desierto cuaresmal, a ello nos ayudan la oración, el ayuno y la penitencia. Que renovada, con la ayuda de Dios, la fidelidad a nuestra identidad fundamental podamos vivir y permanecer en la dinámica de la Pascua, de la vida que Dios nos da en su Hijo Jesucristo.
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