¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?

Tiempo Ordinario

Domingo de la XII semana

Ciclo B

Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas. De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín.

Lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” El se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma.

Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”.  Palabra del Señor. 

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«Pasemos a la otra orilla». Esta orden de Jesús a los discípulos, que abre el Evangelio de este domingo, es una pregunta especialmente para aquellos que tienen la tentación de pararse, de cerrarse en sí mismos, en el horizonte de cada día. Solo obedeciendo a Jesús se puede ir más allá. Así lo hicieron los discípulos cuando aceptaron la invitación de Jesús de subir a la barca y pasar a la otra orilla. Pero poco después se desencadena una tormenta, un fenómeno frecuente en el lago de Genesaret. 

La barca se zarandea por la tormenta y Jesús duerme; los apóstoles se preocupan cada vez más y su miedo aumenta, mientras que Jesús continúa durmiendo tranquilamente. Parece que a Jesús no le importe lo que les pasa, su vida, sus familias. El espanto crece cada vez más hasta que los discípulos despiertan a Jesús y le reprochan: «¿Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?». 

Es un grito de desesperación, no hay duda, pero podemos leer en él también la confianza en aquel maestro. Es una pregunta tal vez un tanto brusca, pero contiene al mismo tiempo una esperanza. También nuestra oración a veces es como un grito de desesperación que quiere despertar al Señor. 

¿Cuántos de nosotros quedan atrapados por la tormenta y no tienen nada más a lo que aferrarse que el grito de ayuda, mientras parece que el Señor duerme? Aquel grito está cerca de muchas situaciones humanas, a veces pueblos enteros que han sufrido hasta la muerte. Jesús duerme porque confía plenamente en el Padre: sabe que no abandonará a nadie. 

Tomar con nosotros al Señor significa cargar con su confianza y su poder bueno. A nuestro grito se despierta, se pone en pie sobre la barca, y amenaza al viento y al mar tempestuoso. De inmediato el viento calla y llega una gran bonanza. Dios vence a las potencias hostiles que no permiten hacer la travesía. 

La narración se cierra con un episodio peculiar. Los discípulos son presa de un gran miedo y se dicen entre sí: «¿Quién es este?». El texto de Marcos habla de miedo más que de estupor. Este segundo miedo, aun siendo fuerte como el anterior, tiene características incisivas que llegan hasta lo más hondo del alma. Es el santo temor de estar ante la presencia de Dios. 

Sí, el temor de quien se siente pequeño y pobre frente al salvador de la vida; el temor de quien, siendo débil y pecador, es acogido por aquel que lo supera en el amor; el temor de no desperdiciar el único verdadero tesoro de amor que hemos recibido; el temor de no saber aprovechar la proximidad de Dios en nuestra vida de cada día; el temor de no desperdiciar el «sueño» de un nuevo mundo que Jesús ha empezado también en nosotros y con nosotros. Este temor es la señal que nos hace comprender que ya estamos en la otra orilla.


[1] Paglia, V. La Palabra de cada día. 2018, pp. 257-258

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