Para Dios todos viven

Tiempo Ordinario

Sábado de la XXXIII semana

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos.

Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano.

Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?” Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.

Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.

Entonces, unos escribas le dijeron: “Maestro, has hablado bien”. Y a partir de ese momento ya no se atrevieron a preguntarle nada. Palabra del Señor.

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Jesús continúa en el templo anunciando el Evangelio, a pesar de la fuerte oposición de aquellos que ven amenazado su poder. Con todo, el Señor no lleva a cabo allí ningún milagro, como si quisiera indicar que en la casa de Dios la única verdadera fuerza es la Palabra de Dios. Y es precisamente esta Palabra, la que sus adversarios quieren acallar. 

Después de su encuentro con los fariseos, se presentan los saduceos. La oposición al Evangelio no termina, los adeversarios se hacen presentes como olas que vinen y van. Ahora es el turno de los saduceos, que niegan la resurrección de los muertos. Y plantean a Jesús una cuestión precisamente sobre ese tema. 

El caso que presentan es típico de quien está más acostumbrado a razonar de manera abstracta que a tomar en consideración la vida real. «Una mujer que ha tenido siete maridos, ¿de quién será esposa después de la muerte?». Este modo de actuar nos invita a no absolutizar nuestros modos de razonar, como si con nuestra mente contuviéramos la verdad encadenándola a nosotros mismos y a nuestra lógica. 

Hay un «más allá» de la razón al que todos deberíamos prestar mucha más atención. En este caso Jesús lo enseña de manera evidente y eficaz. De sus palabras se deduce un modo totalmente nuevo de considerar la vida presente y la futura, pero solo quien abre su corazón y su mente al misterio de Dios puede comprenderlo. 

Jesús presenta el mundo del cielo, donde los lazos de sangre no cuentan como en la tierra porque son vivificados por el Espíritu: se mantienen pero se transforman en una relación mucho más rica. Es el mundo de los resucitados: en él, dice Jesús, ya no hay esposa ni esposo porque todos son plenamente hijos. Es el mundo del futuro de Dios, donde los lazos que hemos contraído se hacen eternos y profundos entre todos. 

El Padre -dice Jesús- es el Señor de los vivos, no de los muertos. Todo aquel que se une a Jesús y confía ya ahora su vida a Dios, es «hijo de la resurrección»: vive en la tierra como en el cielo, es decir, experimenta la vida según el Espíritu y no según la carne. Evidentemente, de manera inicial, imperfecta, pero verdadera. Sí, el cielo empieza ya entre los creyentes cuando viven en el amor que el Señor ha derramado en nuestros corazones. 


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 427.

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