Miren cómo habla libremente y no le dicen nada

Cuaresma

Viernes de la IV semana

En aquel tiempo, Jesús recorría Galilea, pues no quería andar por Judea, porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba ya la fiesta de los judíos, llamada de los Campamentos.

Cuando los parientes de Jesús habían llegado ya a Jerusalén para la fiesta, llegó también él, pero sin que la gente se diera cuenta, como de incógnito. Algunos, que eran de Jerusalén, se decían: “¿No es éste al que quieren matar? Miren cómo habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde viene”.

Jesús, por su parte, mientras enseñaba en el templo, exclamó: “Conque me conocen a mí y saben de dónde vengo. Pues bien, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado”. Trataron entonces de capturarlo, pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora. Palabra del Señor.

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Jesús se encuentra en Galilea, y no quiere ir a Jerusalén para no caer en manos de los fariseos, convertidos en enemigos peligrosos. Siente que todavía no ha llegado su hora. Sin embargo, al acercarse la fiesta de las Tiendas decide ir al templo con sus hermanos para evitar publicidad. Pero mientras está en Jerusalén probablemente es reconocido, y en seguida se abre un debate sobre él entre la gente. 

Ya era algo sabido que las autoridades del pueblo querían matarle para impedir que siguiera predicando. Y, dado que seguía todavía en libertad, con cierta ironía la gente se preguntaba si los fariseos no habrían reconocido que él fuese el Cristo. Sin embargo añaden, mostrando así su incredulidad, que los orígenes de Jesús se conocen mientras que del Cristo -según las tradiciones de la época- no se sabe de dónde viene. 

En este punto Jesús vuelve a enseñar públicamente en el templo y desenmascara la incredulidad de la mayoría, respondiendo a todos que él sabe bien de dónde viene y que conoce quién le ha enviado entre los hombres. Quien le escucha y lo sigue se pone en el camino de la salvación, que es precisamente conocer al Padre que lo ha enviado y acoger su plan de salvación para el mundo.

El «conocimiento» del que habla Jesús está estrechamente ligado al suyo: es un conocimiento que significa adhesión, obediencia, disponibilidad para cumplir enteramente la voluntad del Padre, es decir, sentir como propia la tarea de llevar la salvación a todos los hombres. Este Evangelio, esta tarea extraordinaria y cautivadora, es rechazado también por los que lo escuchan, quienes al igual que sus jefes tratan de detenerle. 

Es una historia que se repite todavía hoy en el mundo, y en la que a veces nosotros mismos estamos implicados. Incluso nosotros somos a veces cómplices de quien quiere «ponerle las manos encima» al Evangelio, es decir, bloquear su fuerza de cambio, o de herirlo con nuestras reiteradas traiciones, o de encarcelarlo en la red de las costumbres, los ritos, las mezquindades. Pero nadie consiguió detener a Jesús. 

El evangelista Juan subraya muy claramente que los perseguidores no eliminan a Jesús, no tienen la fuerza para ello. En realidad será Jesús mismo quien se entregará a los perseguidores para que lo lleven hasta la cruz. Él es quien da la vida por nosotros, se muestra como el sacramento del amor sin límites del Padre por todos los hombres.


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 135-136.

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