Pascua
Domingo V de Pascua
Textos
† Del santo Evangelio según san Juan (13, 31-33. 34-35)
Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”. Palabra del Señor.
Mensaje[1]
El quinto domingo de pascua, nos permite profundizar en la experiencia de Jesús resucitado de los llamados por el Señor «dichosos los que creen sin haber visto». En efecto, toca a nuestra generación manifestar, con la vida, la victoria de Cristo sobre el poder de la muerte, no como un slogan sino como una experiencia que da sentido a nuestra existencia.
Cristo resucitado se hace visible, se manifiesta en una comunidad que vive su mandamiento «aménse los unos a los otros, como yo los he amado», que es el distintivo del discipulado.
Esta es la afirmación central del mensaje de este domingo que se adereza con la contemplación del impulso misionero de Pablo y Bernabé y el horizonte de esperanza que desepeja la lectura del apocalipisis. Nosotros consideraremos sólo el mensaje del evangelio.
El contexto y la estructura
Las primeras palabras del texto que consideramos nos sitúan en el dinamismo de la pascua de Jesús: «Cuando Judas salió del cenáculo», ya se nos había dicho que «era de noche»; el contraste entre la luz y la oscuridad se establece en nuestro texto en los dos que dejan el grupo.
En el esplendor de esta luz se revela el amor extraordinario e incondicional de Dios por los hombres, una luz que brillará también en la vida de los discípulos cuando sean capaces de amarse con la profundidad y la fidelidad con que lo hizo Jesús crucificado.
El texto que leemos se estructura en dos partes. La primera se refiere a la persona de Jesús y al revelación de la gloria; se habla de la gloria como revelación del misterio de Dios, de la gloria de Jesús y de la gloria del Padre. La segunda, proyecta esta revelación en el estilo de vida de los discípulos; parte del hecho de la separación, se centra en el mandamiento nuevo del amor que será un distintivo de los discípulos y por el que se revelará la presencia del resucitado.
Primera Parte: La revelación de la gloria de Dios.
En la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el verbo glorificar significa hacer visible a alguien en el luminoso esplendor de su verdadera realidad; es hacer evidente, hacer visible, sacar a la luz, la verdad más profundo del otro.
A lo largo de su ministerio, Jesús siempre acentuó su relación con el Padre; describía la relación Padre-Hijo en términos de uno que envía y otro que es enviado; las palabras y las obras del Hijo provienen del Padre y ponen en evidencia la relación estrecha que hay entre los dos. Esto se aplica ahora a la Pasión y Muerte de Jesús; la Cruz no es separación ni abandono de parte del Padre, sino todo lo contrario: es la revelación de cuán hondamente Dios está en la vida de Jesús.
Decir que el Hijo glorifica al Padre y que el Padre glorifica al Hijo, indica que el uno revela al otro en la más asombrosa claridad. En el don de su propia vida y en sus consecuencias salvíficas el Padre y el Hijo han llevado a culmen su misión y le han revelado al mundo el esplendor de su relación recíproca y de su relación con la humanidad.
En el momento más oscuro, el de la muerte de Jesús en la Cruz, la luz del amor del Padre y del Hijo y de los dos por el mundo hace radiante el acontecimento.
Jesús es glorificado en el momento de la entrega de su vida; se abandona sin resistencias en el Padre en el momento de su muerte; así manifiesta el profundo amor que le tiene a Él y a nosotros: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo»
Jesús deja su propia vida en manos de Dios y la entrega por nosotros: así se glorifica a Dios. Mediante esta acción del Hijo, Dios se revela como un papá que merece toda nuestra confianza; no habrá otra forma de entrar en un relación corretcta con él sino a través del abandono total, con absoluta confianza.
Todo esto lo descubrimos a través de la entrega de Jesús: el don de su vida revela el infinito amor de Dios por el mundo. Es Dios dándose a sí mismo.
En el momento de su muerte, el Hijo de Dios encarnado es acogido por el Padre en su misma vida divina, como dice Jesús «en la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo existiese».
EL amor del Padre por el Hijo también se revela en la Cruz. La exaltación de la Cruz nos hace ver una revelación sobre Dios. En ella, además de conocer cuánto ama el Padre al Hijo, vemos también cuán eficaz para salvarnos es esta entrega de amor.
En la exaltación del crucificado Dios se vacía de amor en la humanidad; de su pecho traspasado por la lanza, mana el don del espíritu, fuerza de vida eterna.
Segunda parte: El amor de los discípulos revela el amor del Padre y del Hijo.
La salida de Judas del cenáculo cambia el panorma de la comunidad de discípulos; se hace evidente la partida de Jesús dejando solos a los discípulos, ante el anuncio de esta partida, «todavía estaré un poco con ustedes», se turbaron de tristeza.
Las palabras de Jesús son de consuelo, habla con ternura, termina la comunión terrena con el grupo de amigos que lo dejaron todo para seguirlo; comienza un nuevo tipo de relación entre el Maestro y los discípulos.
El mandamiento nuevo
Jesús da a sus discípulos el mandamiento del amor: «que se amen los unos a los otros, como yo los he amado»; es la manera concreta como Jesús continuará en medio de su comunidad y, al mismo tiempo, los discípulos serán identificados como tales.
Los discípulos, personalmente y en grupo han sido tratados por Jesús en forma amorosa; ahora su vida debe orientarse por ese mismo amor. La experiencia del amor de Jesús que alcanza su cumbre en la Cruz envuelve completamente la vida de los discípulos. La vida en el amor es la luz de los discípulos.
La novedad del mandamiento está en la experiencia de base: no se trata de un concepto abstracto o de algo genérico, sino que Jesús mismo es la referencia: «como yo los he amado», El comportamiento y las actitudes de Jesús dan los límites y el estilo del amor; por eso, su mandamiento es novedoso, porque sólo los discípulos han experimentado su amor y por que sólo el amor de Jesús, que revela el amor del Padre, se manifiesta plenamente en la Cruz.
Jesús dirá a sus discípulos que el amor de cada uno de ellos por los demás, debe representar la intensidad y la grandeza del amor de Jesús crucificado. El molde del amor de Jesús es la Cruz. No se trata sólo de amar, sino de amar a la manera de Jesús; esto significa, aceptar al otro aún en su pecado; es un amor que ayuda efectivamente, que transforma, un amor que se despoja de si mismo para buscar el bien del otro, como lo hizo Jesús.
De esta forma se revelará que Jesús está vivo y presente en medio de sus discípulos. Cada uno de los discípulos, en su forma de amar, hará presente a Jesús. La característica más importante de Jesús es el amor a su Padre Dios y al prójimo; la presencia del Resucitado se verificará precisamente en el amor de los discípulos, que alimentados del manantial inagotable del amor del Padre, se transformarán en fuentes de amor para su prójimo, al estilo de Jesús.
El amor de los discípulos revela la presencia del Resucitado.
El amor del Padre y del Hijo, capacitan a los discípulos para hacer presente en el mundo la fuerza de este amor. Jesús no nos pide nada que no nos haya dado antes, nos ofrece la experiencia de su amor, creando entre Él, nootros y los que nos rodean, una nueva dinámica relacional.
Acoger el amor de Jesús para recibirlo y ofrecerlo, es participar de su glorificación: el amor de los discípulos manifiesta el amor de Jesús; así el amor fraterno y misericordioso de los discípulos, a titulo personal y en comunidad, adquiere un rasgo sacramental constitutivo del discipulado; los distingue como discípulos al manifestar en su amor el amor del Padre y del Hijo.
La comunidad de los discípulos permanecerá como una lámpara siempre radiante ante el mundo. El amor recíproco al interior de ella y proyectado fuera de ella, será el reflejo de la relación que tiene con Jesús. La vida de la Iglesia se convierte así en un anuncio vivo de la presencia del Resucitado en el mundo.
[1] Oñoro F., En qué se conoce a un discípulo de Jesús, el amor a la manera del crucificado Juan 13, 31-35;; CEBIPAL/CELAM; F.Ulibarri, Conocer, gustar y vivir la palabra, 158-161.