Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios

Tiempo Ordinario

Domingo de la III semana – Ciclo B

Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”

Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca, remendando sus redes. Los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre con los trabajadores, se fueron con Jesús.Palabra del Señor.

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El Evangelio nos muestra los primeros encuentros de Jesús. Es el inicio de una fraternidad que nunca se ha interrumpido. Y en la medida en que esta vive la misma intensidad, manifiesta su fuerza de cambio. No es algo del pasado. Es una forma de vivir el cristianismo todavía hoy.

El cristianismo es una cuestión de encuentro, encuentro con Jesús y encuentro con los demás. Pero es una forma de encontrar propia de Jesús. Él, podríamos decir, sigue recorriendo las calles de hoy pero siempre con el mismo estilo. El estilo de Jesús no es mandar: no da órdenes como un general, sino que habla como alguien que tiene autoridad.

El Evangelio no es un código moral, aunque nos enseña lo que cuenta de verdad y nos ayuda a confrontarnos con el amor. No es un libro que una vez leído se deja, es más, cuanto más lo abrimos más lo comprenden Es Evangelio, es decir, una noticia bella.

¡Cuántas noticias malas escuchamos, que a veces producen angustia y miedo! El Evangelio es la noticia más hermosa que nos puede llegar: es el anuncio de que Dios -es decir, el amor, el misterio de la vida, el sentido de la existencia- te habla, se dirige a ti personalmente, quiere que tú le sigas, le gusta que estés con él. El Evangelio te necesita.

Nuestra situación es análoga a la descrita en el Evangelio para Simón y Andrés, su hermano, ocupados con su trabajo de siempre, Jesús les encontró mientras estaban echando las redes y les llamó: «síganme y haré de ustedes pescadores de hombres». Lo mismo sucede un poco más adelante con otros dos hermanos, Santiago y Juan, también ellos enfrascados en su pesca. Los cuatro dejaron las redes.

De aquella decisión nacieron los primeros discípulos, y nadie puede encontrar un camino distinto a este indicado por Marcos. ¿Por qué seguir a aquel joven maestro? ¿Por qué dejar las ocupaciones de siempre? El Evangelio no muestra a Jesús explicando su programa y pidiendo adhesión. En definitiva, Jesús no se detiene a convencer. Sólo dice: «Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres».

Les pide que dejen de pescar sólo para ellos, que lo hagan para los demás; que no pierdan su corazón y su única vida buscando cosas para ellos, y que le ayuden a encontrar con amor a otros hombres; que le ayuden a sacar del mar confuso del mundo, de la soledad que muchas veces da miedo, a muchos otros hombres y mujeres alcanzándoles con las redes de la amistad.

Todos los hombres necesitan ser amados. El Evangelio no nos hace sacrificar nada de nuestra vida. Al contrario, nos ayuda a perder lo que no sirve, es decir, el orgullo, el egocentrismo y el amor miope por nosotros mismos. Y nos da cien veces más en hermanos, hermanas, padres y madres. Aquellos cuatro primeros llamados intuyeron la fuerza y la belleza de la llamada. Y, de inmediato, dejaron las redes. Había prisa. El tiempo se había hecho breve.

Así es también para nosotros. ¡No somos eternos! El amor quiere llegar pronto, no quiere desperdiciar las ocasiones. Ciertamente, aquellos hombres no habían comprendido todo. ¡Tampoco nosotros hemos comprendido todo! Pero escogieron tomar en serio esa palabra de amistad.

Decían los Padres de la Iglesia: «Comprende que eres un universo en pequeño. ¿Quieres escuchar otra voz para no considerarte pequeño y vil?». Esa voz es el Evangelio de Jesús que entra en el universo pequeño de nuestro corazón para abrirlo con dulce insistencia y hasta el final, incluso cuando sólo vemos oscuridad ante nosotros, sigue diciéndonos: «Sígueme».


[1] V. Paglia, Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2019, 69-71.

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