Herodes va a buscar al niño para matarlo

28 de diciembre

Santos inocentes – Octava de Navidad

Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes.

Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, conforme a la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: En Ramá se ha escuchado un grito, se oyen llantos y lamentos: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya están muertos. Palabra del Señor.

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La fiesta de los santos inocentes, colocada tan próxima al misterio de Navidad, pone de relieve no sólo el don del martirio, sino la gran verdad que la muerte del inocente revela: la maldad del pecador, como Herodes, siembra odio y muerte, mientras el amor del justo inocente, como Jesús, porta frutos de vida y de salvación. 

También la Carta de Juan nos presenta el mundo dividido en dos partes: el de la luz, el mundo de Dios, y el de las tinieblas, el mundo de Satán. Quien «camina en la luz» y «practica la verdad» (vv. 7-8) vive en comunión con Dios y con los hermanos y es purificado de todo pecado por la sangre de Jesús derramada en la cruz. Quien, por el contrario, «camina en las tinieblas» y «no practica la verdad» (vv. 6-8) se engaña a sí mismo, no vive en comunión con Cristo ni con los hermanos y está lejos de la salvación. Los verdaderos creyentes, en efecto, reconocen ante Dios y ante sí mismos su pecado, lo confiesan y, confiando en el Señor, «justo y fiel» (v. 9), son salvados. Los malvados, por el contrario, no reconocen sus pecados, hacen vano el sacrificio de Jesús y su Palabra de vida no puede transformarlos interiormente. 

En conclusión, Juan exhorta al cristiano a recurrir a Jesús como «abogado junto al Padre» (v. 1), porque es Él quien expía no sólo los pecados de sus fieles, sino los de la humanidad entera. Cierto, el cristiano no debe pecar, pero en el caso de tener la experiencia del pecado, lo más importante es reconocerse pecador y, confiando en la misericordia de Aquel que puede liberarlo de su pobreza moral, restablecer inmediatamente la comunión con Dios.

El fragmento del evangelio de la infancia de Mateo narra una de las muchas pruebas de incomodidad y de sufrimiento vividas por la familia de Nazaret. Partidos los Magos, José, advertido en sueños por el ángel del Señor, lleva a María y al Niño a Egipto para escapar del odio homicida de Herodes que, -en su locura- ha decidido matar a los recién nacidos del territorio de Belén (vv. 14-16). La Sagrada Familia experimenta así, integrada en una dolorosa vivencia de persecución, un período de huida de su propia tierra, de incertidumbre acerca del propio destino, de marginación y de rechazo. 

El lenguaje escueto de Mateo sugiere que para esta familia no hay especiales privilegios respecto de las otras. Jesús es un Dios venido a nosotros, pero su gloria está encerrada en una apariencia de derrota. En su camino no hay sólo Magos que lo buscan, hay también un Herodes que, a la noticia de su nacimiento se turba. Jesús permanece signo de contradicción: hay quien lo busca para adorarlo y quien lo busca para matarlo.

En realidad, el relato evangélico en su contexto pone de relieve también otro tema: la vivencia humana de Jesús, ya desde su infancia, es leída sobre la falsilla de la vida de Moisés y de su pueblo. El nacimiento de Moisés y de Jesús coincide en la matanza de niños hebreos inocentes (Ex 1,8-2,10 y Mt 2,13-18); ambos van a Egipto (Ex 3,10; 4,19 y Mt 2,13-14), en ambos se cumple la Palabra: «De Egipto llamé a mi hijo» (Ex 4,22; Os 11,1 y Mt 2,15). Por último, la profecía sobre Raquel que llora a sus hijos (Jr 31,15) nos recuerda que Jesús es el Mesías buscado y rechazado, en quien se cumplen las promesas de Dios y las esperanzas de los hombres . (Zevini 86-87)


[1] G. Zevini – P.G. Cabra, Lectio divina para cada día del año. Vol. 2, 84-87.

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