¡Hemos encontrado al Mesías!

Tiempo Ordinario

Domingo de la II semana – Ciclo B

En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús que pasaba, dijo: “Este es el Cordero de Dios”.

Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús.

El se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” Ellos le contestaron: “¿Dónde vives, Rabí?” (Rabí significa ‘maestro’).

El les dijo: “Vengan a ver”.

Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quién encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (que quiere decir ‘el ungido’). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás” (que significa Pedro, es decir, ‘roca’). Palabra del Señor.

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La página del evangelio que consideramos describe la conversión de dos discípulos del Bautista. Evidentemente las palabras con las que el Bautista había señalado al Mesías tocaron el corazón de sus dos seguidores; ambos dejando a su maestro, comenzaron a seguir a Jesús de Nazaret.

Su experiencia es ejemplar para todos los creyentes, también para nosotros cuando abrimos nuestro corazón a la predicación del Evangelio. En el origen de la experiencia cristiana hay siempre una palabra que toca el corazón y nos hace salir de nuestras costumbres y seguridades. Es el comienzo de un camino interior que lleva a conocer el misterio de amor que Dios nos ha revelado.

Los dos discípulos del Bautista comienzan a seguir a Jesús. Hacen un poco de camino detrás de él hasta que Jesús se vuelve y les pregunta: «¿Qué buscan?». Son las primeras palabras que Jesús pronuncia en el cuarto Evangelio, pero es también la primera pregunta que se le plantea a quien que se acerca al Evangelio: «¿Qué buscas? ¿Qué es lo que esperas?». Los dos discípulos se quedan sorprendidos por esta pregunta Y responden con otra: «Rabbí, ¿dónde vives?». A la que Jesús respondió: «Vengan y lo verán». Es un diálogo que parece casi brusco, lapidario, animado por dos verbos: una invitación y una promesa.

Jesús no tarda en explicarse; de hecho su programa no requiere largas y complejas explicaciones doctrinales. Él propone una experiencia y pide una decisión: «vengan y lo verán». Los dos «fueron, vieron dónde vivía Y se quedaron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde». Quedarse en casa de Jesús significaba echar raíces en su compañía entrar en comunión con él, apropiarse el sueño que tenía del mundo y de la humanidad. La experiencia de aquel encuentro cambió para siempre la vida de Andrés y Juan. Lo mismo sucederá a Simón, hermano de Andrés, quien al encontrarse con Jesús también sintió que su nombre, es decir, su vida, cambiaba: recibió la nueva vocación de ser «roca» para los hermanos.

¿Qué buscas? Es la primera pregunta que el evangelio plantea a quien se acerca inquieto por conocer a Jesús y su evangelio. La pregunta es sencilla pero profunda, obliga a plantear los ideales y a revisar la forma como se quiere conseguirlos. Quien busca a Jesús, está llamado a convivir con él, a quedarse con él y permitir que la intimidad del encuentro y la cercanía transformen la vida.


[1] V. Paglia, Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 48-49

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