Esperar y perseverar

Tiempo Ordinario

Domingo de la XI semana

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por si sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas.

Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

Les dijo también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender.

Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado. Palabra del Señor. 

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Este Domingo leemos dos parábolas del Reino, que se encuentran en el capitulo 4 del evangelio según san Marcos.

Para una mejor comprensión del texto que leemos por una parte, debemos pensar en la comunidad cristiana a la que se dirigía Marcos, que vivía momentos muy difíciles de persecución. Y sin duda los creyentes se preguntaban dónde estaba la fuerza del Evangelio, y por qué el mal y las dificultades parecían vencer por encima de todo.

Por otra parte, debemos considerar que en los capítulos previos el evangelista nos describió el inicio del ministerio de Jesús, resaltando el contraste entre el entusiasmo de la multitud que lo seguía maravillado por su enseñanza y por las señales prodigiosas que hacía y la incredulidad y sospecha de sus familiares y paisanos, así como la hostilidad de las autoridades del pueblo, de los escribas y fariseos.

Las hostilidades que encontró Jesús en su ministerio influyeron en el ánimo de los discípulos quienes sorprendidos al ver que Jesús continuaba incansable con su ministerio en un ambiente adverso se preguntaban cómo era posible continuar con una misión ante evidentes signos de fracaso.

Con impresionante sencillez y con insuperable pedagogía Jesús les permitió adentrar el misterio del Reino, centro y fin de su ministerio haciéndoles descubrir, a través de las parábolas la lógica del Reino y por qué  vale la pena, a pesar de las dificultades,  no desistir en ser su mensajero y testigo.

El discípulo, como el sembrador, debe lanzar la semilla, con la mirada puesta en las semillas que dan fruto en distintas proporciones, a sabiendas que habrá otras que no encontrarán condiciones propicias y se perderán. El discípulo no puede desistir de anunciar el evangelio porque su ministerio no encuentra eco en algunas personas que lo rechazan. El discípulo misionero debe poner su esperanza en la obra que Dios realiza en quienes acogen su Palabra con sincero corazón.

El discípulo como el sembrador, sabe cuál es su tarea y cuál es la tarea de Dios. El sembrador sabe que a él corresponde cultivar la semilla, pero es la vida contenida en la semilla la que desplegará su potencialidad por ella misma, independientemente de su voluntad. De igual manera quien evangeliza no debe desistir en el anuncio y testimonio del Reino; eso es lo que le corresponde; por su parte, Dios se encarga de lo demás. 

El discípulo como el sembrador sabe que el tamaño de la semilla no importa, que de la semilla más pequeña puede surgir un gran arbusto; de igual manera los gestos más sencillos, más humildes y escondidos, pueden ser germen del Reino. 

Por ello, nada que se haga en el nombre de Dios, movidos por su amor o por la bondad que Él pone en nuestros corazones es insignificante. Toda acción impregnada de amor, de bondad y realizada con rectitud de intención es significativa y puede transformarse en una realidad que visibliza el Reino de Dios.

2.    Una invitación a la paciencia y a la confianza.

La parábola de la semilla que crece por si sola subraya el hecho de que el crecimiento es un proceso misterioso independiente de la voluntad y de la acción del hombre. Con el Reino sucede lo que sucede con la semilla, que crece y se desarrolla en virtud de su fuerza interna irresistible. La Palabra nos invita a tener confianza y a esperar como el labrador. No hay que precipitarnos.

Jesús declaró que el Reino de Dios había llegado, las parábolas que hoy escuchamos indican que el Reino estaba presente sólo de manera germinal dejando lugar para un período indefinido de desarrollo antes de la consumación. El Reino crece y se desarrolla si sus destinatarios, sus protagonistas, nosotros, no le oponemos dificultades.

La misión que se confía al discípulo es muy grande. Sin embargo, nunca hay que olvidar que somos mensajeros, no somos el mensaje. Jesús nos hace caer en la cuenta que la Palabra de Dios tiene una fuerza vital, capaz de vencer los obstáculos como una planta que se abre camino y hunde sus propias raíces en terrenos inhóspitos. 

Confiemos en nuestras capacidades y cultivémoslas, pero confiemos más en el dinamismo de la Palabra de Dios en nuestra vida y en la de nuestro pueblo. Podemos estar tranquilos y seguros de que la semilla producirá su fruto en todas las circunstancias, incluso en las más difíciles.

Nuestra vida… 

Nosotros, aunque en condiciones diferentes de las que vivía la comunidad de Marcos, vivimos situaciones similares; ha dificultades que pueden hacernos dudar en la eficacia de la misión evangelizadora. El mal no prevalecerá, asegura el Señor. Jesús no quiere reducir nuestro trabajo, ni tampoco nos invita a dormir y a acomodarnos pensando que el Reino crecerá y se desarrollará de todos modos. El Evangelio, más bien, nos dice que el Reino ya ha sido sembrado en la tierra y que el dominio de Dios sobre el mal ya es definitivo.

No se impone por su poder exterior está allí donde hay amor. Se podría decir que no llegamos al cielo mediante las obras de caridad, sino más bien ya estamos en el cielo cuando vivimos la caridad. La novedad del evangelio es que Jesús se identifica con el Reino. Él es la semilla echada en la tierra de los hombres, una semilla pequeña, débil, maltratada, injuriada, descartada y expulsada. Y aun así, aquella semilla echada en la tierra, una vez muerta, resucita y a través de los discípulos, extiende sus ramas hasta los extremos de la tierra.

Acojamos la enseñanza de confianza, de esperanza, la invitación a la paciencia y a la perseverancia, que nos da la liturgia de este día. Hay circunstancias en nuestra vida que ponen en crisis nuestra confianza, que nos impulsan al pesimismo: circunstancias dolorosas y circunstancias de hostilidad con quienes llegamos a considerar como adversarios. Todo esto debilita nuestro dinamismo. Tenemos que recuperar el coraje, el ánimo, el entusiasmo, porque el Señor es más fuerte que cualquier otro poder, y nosotros lo experimentamos en nuestro interior como una fuerza maravillosa.

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