Entonces ¿quién eres tú?

Cuaresma

Martes de la V semana

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Yo me voy y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. A donde yo voy, ustedes no pueden venir”. Dijeron entonces los judíos: “¿Estará pensando en suicidarse y por eso nos dice: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden venir’?” Pero Jesús añadió: “Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Se lo acabo de decir: morirán en sus pecados, porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”.

Los judíos le preguntaron: “Entonces ¿quién eres tú?” Jesús les respondió: “Precisamente eso que les estoy diciendo. Mucho es lo que tengo que decir de ustedes y mucho que condenar.

El que me ha enviado es veraz y lo que yo le he oído decir a él es lo que digo al mundo”. Ellos no comprendieron que hablaba del Padre.

Jesús prosiguió: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta; lo que el Padre me enseñó, eso digo. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que a él le agrada”.

Después de decir estas palabras, muchos creyeron en él. Palabra del Señor.

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El Evangelio de Juan nos sitúa una vez más en el templo, donde Jesús continúa su última y decisiva confrontación con sus adversarios. Quienes le escuchan se obstinan en no acoger el testimonio de su origen divino, porque si lo reconocieran como enviado de Dios deberían acoger su predicación y cambiar su corazón y toda su vida. 

Para permanecer firmes en sus posiciones y evitar cualquier cambio, no aceptan la predicación de Jesús, sino que la tergiversan. Es lo que nos sucede también a nosotros cuando no queremos escuchar con disposición de corazón el Evangelio, que nos pide dejar el mal y seguir el camino del amor por Jesús y por los demás. Hacemos de todo para justificamos a nosotros mismos y nuestras decisiones. Cuando Jesús afirmó que adonde él iba ellos no podían ir, sus oyentes llegaron a pensar que tenía intención de suicidarse. En realidad Jesús se movía en un plano muy distinto.

Miraba a lo alto hacia el Padre del cual había recibido una misión universal que abrazaba a todos los hombres. Jesús les dice: «+Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo». 

Jesús ha descendido hasta lo mas bajo de los hombres para llevarlos a lo más alto, hacia el cielo de Dios. Hay una distancia abismal entre el modo normal de razonar de los hombres y la visión que Dios tiene del mundo Y de toda la humanidad. El sueño de Dios para el mundo aparecerá claro en el momento culminante de la vida de Jesús: su muerte en cruz. Los que le crucificaron la considerarán su victoria, pero en realidad sobre aquella cruz será derrotado ese primado del egoísmo que arrastra al mundo hacia abajo, y se ensalzará el amor de Dios que salva a todos los hombres. 

Mientras nosotros tratamos por todos los medios de salvamos a nosotros mismos, Jesús dedica su vida entera a salvamos a nosotros, llegando incluso a subir a la cruz. Por eso les dice a todos, aunque todavía no puedan comprenderlo: «Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy». Sí, en el momento de la muerte aparecerá con claridad quién es Jesús y el porqué de su encamación. El primero en comprenderlo fue el centurión romano que estaba a los pies de la cruz, el cual, viendo cómo se había comportado Jesús hasta el último aliento, dijo: «Verdaderamente este hombre era el hijo de Dios». También algunos de los que estaban presentes en el templo, escuchándole hablar, creyeron en él. Si para ellos fue suficiente aquel discurso, ¿por qué nosotros dudamos a pesar de las muchas veces que se nos anuncia el Evangelio?


[1] V. Paglia – Comunidad de Sant’Egidio, La palabra de Dios cada día, 2018, 141-142.

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