Tiempo Ordinario
Lunes de la Semana V
Textos
Lectura del libro del Génesis (1, 1-19)
En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era soledad y caos; y las tinieblas cubrían la faz del abismo. El espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: “Que exista la luz”, y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Llamó a la luz “día” y a las tinieblas, “noche”. Fue la tarde y la mañana del primer día. Dijo Dios: “Que haya una bóveda entre las aguas, que separe unas aguas de otras”. E hizo Dios una bóveda y separó con ella las aguas de arriba, de las aguas de abajo. Y así fue. Llamó Dios a la bóveda “cielo”. Fue la tarde y la mañana del segundo día.
Dijo Dios: “Que se junten las aguas de debajo del cielo en un solo lugar y que aparezca el suelo seco”. Y así fue. Llamó Dios “tierra” al suelo seco y “mar” a la masa de las aguas. Y vio Dios que era bueno. Dijo Dios: “Verdee la tierra con plantas que den semilla y árboles que den fruto y semilla, según su especie, sobre la tierra”. Y así fue. Brotó de la tierra hierba verde, que producía semilla, según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla, según su especie. Y vio Dios que era bueno. Fue la tarde y la mañana del tercer día.
Dijo Dios: “Que haya lumbreras en la bóveda del cielo, que separen el día de la noche, señalen las estaciones, los días y los años, y luzcan en la bóveda del cielo para iluminar la tierra”. Y así fue. Hizo Dios las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para regir el día y la menor, para regir la noche; y también hizo las estrellas. Dios puso las lumbreras en la bóveda del cielo para iluminar la tierra, para regir el día y la noche, y separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. Fue la tarde y la mañana del cuarto día. Palabra de Dios.
Mensaje[1]
Comienza hoy la lectura del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia. Con ello la liturgia de la Iglesia nos propone el pensamiento de Israel respecto a la creación y la humanidad, recogido en sus primeros once capítulos. Este libro no fue el primero en escribirse; fue redactado tras el periodo del exilio en Babilonia.
En aquellos momentos el pueblo de Israel inició una profunda reflexión sobre su historia pasada para poder encontrar una explicación al sentido de su existencia como pueblo. Y mientras reflexionaba sobre esto encontró respuestas también a las muchas preguntas sobre el sentido mismo de la creación, de la existencia, el misterio del mal presente en la vida humana, el sentido de la muerte, y otras muchas.
La narración se abre mostrando la fuerza de la Palabra: Dios crea con su palabra; habla y el mundo existe. El pasaje propuesto habla del cuarto día, el día de la creación del sol, la luna y las estrellas, para que «sirvan de luceros en el firmamento» y para que «sirvan de señales para solemnidades, días y años». Nos encontramos en el centro de la creación, que se produce en siete días. De hecho, aunque ya en el primer día se crea la luz, es solo en el cuarto día que puede existir y tener un sentido para la creación. Si por una parte es cierto que la luz y las tinieblas sirven para distinguir el día de la noche, se crean sobre todo –y esto es precisamente lo que el autor sagrado quiere subrayar– para regular el tiempo del hombre para que acoja el ritmo de Dios, es decir, las «solemnidades» litúrgicas. Sin la fiesta –se verá mejor en el «séptimo día», el sábado– la creación no alcanza su cumplimiento.
Hay una gran diferencia entre el tiempo del reloj y el «tiempo de Dios», como se ve ya en esta página. El ser humano puede dominar todo, pero el tiempo no es totalmente suyo. En una sociedad como la nuestra, que está perdiendo el sentido y el valor de la fiesta, este relato nos llama a no poner nuestros quehaceres, nuestras obras, en el centro de todo. Es decisivo para nosotros y para la sociedad acoger el tiempo de Dios en nuestras jornadas, para evitar abusos, violencias y opresiones de todo tipo. El tiempo de Dios salva el tiempo del hombre.
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 94-95.