El que me ama, cumplirá mi palabra

Pascua

Lunes de la V semana

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él”.

Entonces le dijo Judas (no el Iscariote): “Señor, ¿por qué razón a nosotros sí te nos vas a manifestar y al mundo no?” Le respondió Jesús: “El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada.

El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió.

Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho”. Palabra del Señor.

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Seguimos con el capítulo 14 del Evangelio de Juan, que comenzamos a leer el viernes pasado; es uno de los pasajes más entrañables del evangelio de Juan. El ambiente, ya lo describimos, es el de la tristeza. Jesús, en una conversación tranquila y prolongada con sus discípulos sentados todavía en la mesa de la última cena los consuela y les muestra cómo se relacionaran con él y entre ellos a partir de la resurrección.

El pasaje de hoy es la respuesta a la pregunta de Judas Tadeo: “Señor, ¿por qué razón a nosotros sí te nos vas a manifestar y al mundo no?”

En ella, Jesús le muestra a sus discípulos -y a nosotros- de qué manera su glorificación no es un abandono de su comunidad, como si se creara una distancia entre el cielo y la tierra. Jesús dice, en forma contundente, que sus discípulos no quedarán como huérfanos del Maestro sino todo lo contrario: completamente asistidos, resguardados y bien conducidos. 

Las enseñanzas de Jesús que van apareciendo una tras otra, en una significativa secuencia, muestran que el Señor resucitado es la máxima cercanía de Dios, que el Maestro se ha quedado morando, no junto o al lado de sus discípulos, sino dentro de ellos. 

Somos morada de Dios. Quien ama a Jesús no está solo, no está perdido ni abandonado a su propia suerte. Aún cuando no sean visibles para sus ojos físicos, todo discípulo debe saber que Jesús y el Padre están a su lado. Por eso hay tomar conciencia en todo instante e incluso a la hora de la muerte -tiempo de profunda soledad y radical separación-, que Jesús y el Padre están a nuestro lado, que no nos dejan abandonados ni desprotegidos. El discipulado es gustar cotidianamente esta amorosa compañía.

El Señor nos educa a través de su Espíritu, que tiene como tarea enseñarnos a hacer el camino pedagógico de la comprensión, apropiación vital y vivencia de la Palabra de Jesús. 

Él no trae nuevas enseñanzas, porque toda la revelación ya se manifestó en la persona de Jesús. Su acción es referida a lo que Jesús ya dijo, recordándolo, profundizándolo e insertándolo en la propia vida, es decir, ayudando a encarnar el Verbo Jesús en nuestra historia.

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