Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no

Tiempo Ordinario

Sábado de la X Semana

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento. Pero yo les digo: No juren de ninguna manera, ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es donde él pone los pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey.

Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer blanco o negro uno solo de tus cabellos. Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no.

Lo que se diga de más, viene del maligno”. Palabra del Señor.

Descargar los textos en PDF

El breve fragmento del evangelio de Mateo recoge un signo considerable en la relación con el Dios de Israel, un signo crucial en tiempos de Jesús: el juramento y el perjurio. Se trata de una empresa humana comprometedora, deliberada, en analogía con la actitud de Dios mismo, que «jura» (Gn 22,16; Heb 6,17…) y que, sin embargo, permanece fiel a su promesa, una promesa que es compromiso en favor del pueblo y de cada individuo (Lc 1,54-55.68-71). 

Jesús no pronunció nunca, personalmente, ningún juramento. Los evangelios sólo ponen el verbo «jurar» en sus labios en el marco de alguna polémica y como contestación respecto a los maestros de la Ley y a los fariseos hipócritas (Mt 23,16-22). 

La palabra dada es sagrada y vinculante, sin implicar a Dios ni a símbolos relacionados con él (como el cielo y la tierra o la ciudad santa de Jerusalén), ni hipotecando la propia cabeza del que jura. En efecto, el que jura no es dueño de nada. Jesús se muestra claramente contrario al juramento y, como es obvio, también al perjurio.

Jesús se compromete con la autoridad de su propia palabra: «En verdad les digo…»; «han oído que se dijo… pero yo les digo». Su Palabra es mensaje y contiene valores, pero su identidad también es Palabra, Verbo que ha puesto su morada en la humanidad (Jn 1,14). Jesús compromete su persona. A los discípulos, a quienes ordena no jurar en absoluto, les entrega este paradigma: su ejemplo. 

El vocabulario de Mateo emplea aquí dos verbos. Uno está tomado de una cita veterotestamentaria relacionada no con el juramento, que entonces era considerado lícito, sino con el perjurio, y es «no jurarás en falso» o bien, respeta el juramento, mantén las condiciones, cumple la «cosa» empeñada. El otro verbo está formulado en una forma negativa absoluta; al pie de la letra, «no jurar en absoluto», donde el verbo griego (original) alude también a la confirmación con un juramento, a prometer con voto, a implicar a otros -incluso sin saberlo o reacios- como garantes o testigos de nuestro propio compromiso. 

Jesús se muestra asimismo radical con las situaciones comprometedoras: no sólo disuade del perjurio, señalado siempre como felonía, traición, cobardía, sino que corta en su raíz la causa o el riesgo de la situación de infidelidad. Sustituye el ritual de los juramentos por la responsabilidad de la propia palabra. 

El juramento implica a otros, tal vez incluso al mismo Dios; el «sí-sí» / «no-no», expone a la propia persona. Jesús prefiere el compromiso personal del propio individuo. 


[1] G. Zevini – P.G. Cabra – M. Montes, Lectio divina para cada día del año. 10, X, 101-102.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *