Bendito el fruto de tu vientre

Adviento – Ciclo C

Domingo de la IV semana

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel.

En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno.

Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. Palabra del Señor.

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Este domingo damos el cuarto y último paso del itinerario espiritual de preparación para la Navidad. Nuestra pedagoga es María. Su testimonio nos ayuda a prepararnos para acoger en nuestro corazón al Señor y nos enseña a ir al encuentro de los más necesitados.

En la Anunciación, sin que María la pidiera, el Ángel le ofreció una señal de que todo es posible para Dios y de que incluso donde hay la esterilidad, Él puede hacer florecer la vida: «Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios».

El gesto de María es profundamente religioso y humano. No desdeña la señal que se la ha dado y se pone en camino para contemplarla; al mismo tiempo percibe la necesidad de la anciana que era estéril que requiere su ayuda al estar próxima a dar a luz. 

Este gesto de María merece el elogio de Isabel. «Dichosa tú que has creído» y el anuncio de que por su fe verá el cumplimiento en ella de la Palabra de Dios: «se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor»

En el encuentro ambas expresarán la fe y el amor que arden en sus corazones. Es también el primer encuentro de Juan con Jesús y en Juan el encuentro de Jesús con toda la humanidad.

El camino entre Nazaret y el pueblo de Isabel no es corto;  éste se encuentra en las montañas de Judea. La alusión a la montaña no es casual. En la Biblia la montaña tiene sentido pues evoca el lugar donde Dios habla. No dice el texto que María fuera acompañada y ello nos sugiere el silencio del camino, propicio para la asimilación del misterio de Dios que se realiza en su vida. En su camino. María aparece como peregrina de la fe y de ello podemos sacar nosotros una profunda enseñanza.

El camino también tiene en el evangelio un significado profundo y es imagen y símbolo de la espiritualidad cristiana. El seguimiento de Jesús es camino que debe recorrerse con firmeza y fidelidad. María anticipa el recorrido de este camino yendo a la casa de su prima Isabel para ponerse a su disposición. Dios se manifiesta en la disponibilidad y en el servicio. Nos lo recuerda Jesús que no vino a ser servido sino a servir y a entregar su vida.

Para acoger a Jesús que nace hay que ponernos en camino. Recibir en nosotros a Jesús, como lo hizo María, para entregarlo a los demás, particularmente a los más necesitados, los que están solos, los más vulnerables, los que por su situación personal tienen la tentación de sentir que Dios se ha olvidado de ellos. Esto supone una clara conciencia de que el don o los dones que recibimos de Dios no son para nuestra auto-complacencia sino para el servicio.

«Dichosa tú que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado». El saludo de Isabel es revelador; en él reconoce a María como la bendecida de Dios; reconoce su fe, pues María acogió con sincero corazón al mensajero de Dios y su Palabra y en medio de su turbación, confiando en la Palabra dio el asentimiento de su voluntad a la obra de Dios: «¡Hágase!». María creyó en la señal del Ángel y se puso en camino. Su fe es manifiesta.

Dios cumple su promesa cuando encuentra nuestra disponibilidad y fidelidad. Por ello Isabel anticipa a María que todo cuanto le fue dicho se cumplirá.

María es bendita. Una bendición es una realidad que se recibe y se transmite como garantía del amor de Dios por las personas y por su pueblo. Isabel reconoce que María ha sido bendecida por Dios y declara también bendito el fruto de su vientre que es bendición para toda la humanidad.

Celebrar la Navidad es una oportunidad para profundizar la propia fe.  Veamos la propia vida con la luz del testimonio de María y preguntémonos si hemos acogido al Señor que viene, si Dios ha encontrado nuestro corazón dispuesto y si la respuesta a nuestra vocación cristiana ha sido la fidelidad.

De nosotros tendría que decirse también «Dichoso/a porque has creído» y esto será posible en la medida en que estemos dispuestos a desinstalarnos y hacer el camino de la fe como María, con el misterio de Dios que transforma nuestras vidas y yendo en busca del hermano que nos necesita. El camino de la fe conjuga el silencio y la alabanza, la disponibilidad y el servicio.

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