Pascua
Miércoles V de Pascua
Textos
† Del evangelio según san Juan (15, 1-8)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto.
Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde.
Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos”. Palabra del Señor.
Mensaje
Pasamos a la lectura de la segunda parte del discurso de despedida de Jesús, que abarca todo el capítulo 15 hasta el versículo 4 del capítulo siguiente. En el pasaje que leemos hoy, Jesús usa el evocativo símbolo de la vid y los sarmientos. Para los oyentes de Jesús era fácil visualizar la enseñanza, observando cómo se cultivaba, como crecía y cómo se producía la uva. Vamos entrar también nosotros en esta imagen.
En las palabras “Yo soy la vid verdadera”, Jesús no está diciendo que el Israel bíblico sea una falsa vid. Lo que quiere decir es que Él es la verdadera vid de la cual el pueblo de Abraham fue un símbolo, una imagen. Es decir, que es Jesús quien produce al final el fruto que Dios ha estado buscando a lo largo de la historia. Dios Padre, es el jardinero que se ocupa de su viña. Los discípulos son los sarmientos.
Hay dos tipos de ramas: las ramas que dan fruto y las ramas que no dan fruto. Por lo tanto los discípulos de Jesús podemos ser clasificados en dos tipos. La diferencia está en producir fruto o no.
La tarea del Padre como viñador. Se describen dos tareas: La primera, es cortar, arrancar, la rama que no da fruto. La segunda, es limpiar las ramas que sí dan fruto. Esto lo hace con su Palabra. Cuando se retiran bien los frutos se pueden recoger después más y mejores. Quien sabe darse a los demás, le vienen más dones y tiene luego mucho más.
Lo propio de un discípulo es estar siempre dando más y más frutos. Para ello la Palabra de Dios va haciendo su trabajo interno: se va volviendo en savia de vida que fructifica en muchos signos de superación y crecimiento; esta es la manera como poco a poco vamos mejorando y pareciéndonos cada vez más a Jesús. Dos grandes frutos son: la oración eficaz y un testimonio que manifiesta la gloria de Dios.
La vida espiritual es siempre un itinerario. No hay etapa en la vida que no exija hacer cambios o correcciones, a veces dolorosas, que purifican y hacen correr con mayor frescura la savia del amor del Señor.