Cuaresma
Lunes de la V semana
Textos
† Del evangelio según san Juan (8, 12-.20)
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en la oscuridad y tendrá la luz de la vida». Los fariseos le dijeron a Jesús: «Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es válido». Jesús les respondió: «Aunque yo mismo dé testimonio en mi favor, mi testimonio es válido, porque sé de dónde vengo y a dónde voy; en cambio, ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan por las apariencias. Yo no juzgo a nadie; pero si alguna vez juzgo, mi juicio es válido, porque yo no estoy solo: el Padre, que me ha enviado, está conmigo. Y en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo y también el Padre, que me ha enviado, da testimonio sobre mí». Entonces le preguntaron:» ¿Dónde está tu Padre? «Jesús les contestó:» Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre». Estas palabras las pronunció junto al cepo de las limosnas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora. Palabra del Señor
Mensaje[1]
La presente dialéctica entre Jesús y los fariseos tiene lugar en el atrio del templo llamado «de las mujeres», donde se encuentra el arca de las «ofrendas». Allí, durante la fiesta de las Tiendas se encendían enormes hachones capaces de iluminar toda la ciudad de Jerusalén. Jesús se inspira en esta realidad para revelar que él es la verdadera «luz del mundo», que los hombres deben seguir para tener vida.
Los oponentes objetan la verdad de sus palabras o su origen divino y su intimidad con el Padre. Jesús responde sencillamente remitiéndoles a la ley invocada por ellos: ¿se necesitan dos testimonios para probar la verdad de una afirmación? Pues bien, sus palabras son convalidadas por el Padre que le ha enviado.
Pero ellos, que pretenden erigirse como jueces, juzgan «con criterios mundanos» (v. 15) y, por consiguiente, incapaces de conocer quién es él en verdad, porque ni siquiera conocen al Padre.
[1] G. Zevini – P.G. Cabra – J.L. Monge García, Lectio divina para cada día del año. 3., III, 338-339.