Tiempo Ordinario
Lunes de la I Semana
Textos
Lectura de la carta a los Hebreos (1, 1-6)
En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por medio del cual hizo el universo.
El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa. El mismo, después de efectuar la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad de Dios, en las alturas, tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más excelso es el nombre que, como herencia, le corresponde.
Porque, ¿a cuál de los ángeles le dijo Dios: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy? ¿O de qué ángel dijo Dios: Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo? Además, en otro pasaje, cuando introduce en el mundo a su primogénito, dice: Adórenlo todos los ángeles de Dios. Palabra de Dios.
Mensaje[1]
La Carta a los hebreos, que tiene los rasgos de una predicación dirigida a los cristianos de la primera generación marcados por una oposición especialmente dura, se abre con una mirada general sobre la historia de la salvación. Aparece de inmediato que el protagonista de esta historia es Dios mismo. En efecto, es él quien ha elegido comenzar a dialogar con el hombre desde los tiempos antiguos y de diferentes maneras, sobre todo a través de los profetas. El Dios de la Biblia no permanece en los cielos, lejos del hombre, ni solo.
Ha elegido dialogar con los hombres para siempre. Las Sagradas Escrituras no son otra cosa que la narración de este diálogo, es más, son el diálogo que continúa con todos los que las abren. He aquí por qué la espiritualidad del creyente consiste en ponerse a la escucha de la Palabra que Dios nos dirige. El creyente es uno que escucha.
No es casualidad que el autor de la Carta se lamente de la pereza de los cristianos al escuchar las Escrituras, estando atentos porque a fuerza de no escuchar uno se vuelve «torpe de oído» (5, 11). Para Israel ha sido central la escucha de Dios. Su historia ha comenzado precisamente cuando Dios decidió hablar a los antiguos padres de Israel: «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas».
Nunca el Señor ha dejado que falte su Palabra al pueblo de Israel, tanto en las ocasiones alegres como en las dolorosas. Y si ha habido momentos difíciles y pesados en la historia del pueblo elegido, estos han surgido cuando el pueblo se ha vuelto sordo a las palabras de Dios. Este es el misterio revelado que se nos invita a acoger: en estos últimos tiempos Dios ha elegido hablarnos directamente, sin intermediarios, a través de su propio Hijo.
La Palabra que estaba en el origen de la creación se ha hecho carne. Y nosotros, a través de ella, podemos entrar en diálogo directo con Dios. Esta relación directa con Dios nos salva de la soledad y de la muerte. Escucharle, obedecerle, hablarle, actuar según su voluntad, es el misterio de nuestra salvación y de la del mundo.
[1] Paglia, Vincenzo. La Palabra de Dios cada día – 2023. Edición en español. pp. 61-62.