De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas

Adviento

Lunes de la I Semana

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén: En días futuros, el monte de la casa del Señor será elevado en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas, y hacia él confluirán todas las naciones.

Acudirán pueblos numerosos, que dirán: “Vengan, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob, para que él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor”.

El será el árbitro de las naciones y el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas; ya no alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra.

¡Casa de Jacob, en marcha! Caminemos a la luz del Señor. Palabra de Dios.

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La invitación del Adviento es dedicar un poco mas de tiempo a la escucha de la palabra de Dios para que “él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas”.

Durante el Adviento, en la liturgia, la voz del profeta Isaías (s. VIII a. C) se deja oír para remover las conciencias; quiere darnos una nueva visión del proyecto de Dios en el mundo. Sus profecías nos llevarán de la mano en este itinerario espiritual para recorrer el camino que va de la oscuridad a la luz, es decir, de los miedos, sufrimientos y angustias que causa el mal en la humanidad al anuncio gozoso de la obra que Dios realiza en la historia con la llegada de su Mesías.

En el momento que vivimos uno de los más grande anhelos de la humanidad es la salud y la paz. Nuestro mundo está enfermo y es conflictivo. Sobre la oscuridad de una pandemia, de la guerra, la división, la violencia, la destrucción de la vida humana y del medio ambiente, la voz del profeta ofrece un horizonte de esperanza: «¡Casa de Jacob, en marcha! Caminemos a la luz del Señor»

Veamos algunos aspectos relevantes de la profecía de Isaías que leemos hoy:

Primero. La humanidad es convocada para pensar su historia desde otro punto de vista. La profecía de Isaías inicia con una hermosa imagen: un monte firme, que domina todo el paisaje, al que concurren procesionalmente ríos de gente que lo escalan por todos sus costados.

Los peregrinos no son sólo israelitas, sino la humanidad entera: «hacia él confluirán todas las naciones».

El punto de convergencia de la humanidad peregrina es el monte Sion, coronado por el Templo del Señor. Desde el monte, altura geográfica y espiritual, se ve el mundo con los ojos de Dios y no con desde los intereses egoístas humanos.

Segundo. Los peregrinos cantan su deseo de aprender la Palabra de Dios. Descrito el paisaje, el profeta poeta nos ofrece un canto con el que los peregrinos se animan unos a otros a caminar, a subir el monte santo: «Vengan, subamos al monte del Señor».

La frase expresa el propósito de la peregrinación, la atracción irresistible que ejerce sobre ellos el monte del Señor. La subida es impulsada por el deseo de ser educados por Dios, iniciar una nueva vida según sus criterios, escuchando y viviendo su palabra: «para que él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas».

Tercero. Las diferencias se diluyen en un proyecto común de fraternidad. El efecto de aprender la Palabra de Dios es que los distintos pueblos dejan sus diferencias y se transforman en un solo pueblo reconciliado.

Hay un doble movimiento: La atracción hacia Dios, expresada en la subida al monte santo, se transforma en irradiación hacia el mundo. La gente que baja ha vivido un cambio que se proyecta en la vida y se reconoce como perteneciente a un solo pueblo:

  • Por la experiencia de Dios, vivida en la obediencia a su palabra y no por la soberbia humana que excluye a Dios del proyecto de la vida,
  • Por la comprensión entre si y no por la fragmentación de lo que defienden sus propios proyectos e intereses.
  • Por el crecimiento de todos por igual y no por la competencia que genera dominaciones.

En el monte, todos se vuelven comunidad. La historia es camino hacia la plenitud de la vida que supera las contradicciones históricas del exterminio de los adversarios; es el camino de una humanidad que trabaja solidariamente para generar las condiciones necesarias para su bienestar.

Este pueblo unido por la experiencia de la Palabra camina, realizando una gran peregrinación, que le hace ascender, no geográfica sino espiritualmente. Delante de Dios se hacen alianzas, pues se encuentran motivos de entendimiento y para generar proyectos comunitarios que promueven la vida y el crecimiento de todos. La justicia de Dios genera paz.

El profeta lo describe con dos imágenes poderosas:

«De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas» Los instrumentos de exterminio y de muerte se transforman en instrumento de trabajo comunitario agrícola, es decir, para generar el alimento que sostiene la vida y genera la comunión familiar.

«Ya no alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra». Se llega a la decisión de nos destruirse más entre ellos mismos, ni dar espacio a los campos de entrenamiento militar.

Este es el nuevo pueblo de Dios, proyectado ya desde el Antiguo Testamento. Un pueblo que no camina a la luz de intereses egoístas que generan toda clase de confrontaciones, sino a la luz del proyecto de Dios que es el de la comunidad que se construye en la fraternidad.

La profecía se realiza en Jesús.

En torno a Jesús y a su Palabra es posible la comunidad que se construye a la luz del proyecto de Dios.

El evangelio de hoy nos presenta al centurión romano que busca a Jesús. Es el paso firme de un extranjero que empieza a subir el monte de la justicia y de la paz. Es un soldado, viene de lejos, ha hecho el juego de la guerra pues esta al servicio del sometimiento imperial de los pueblos, mediante la opresión.

El centurión es un peregrino que viene en busca de la Palabra de Jesús que sana. Frente a Jesús, se supera la diferencia entre patrón y criado. Con el paso de la fe su peregrinación lo lleva a ubicarse en el corazón del Reino de los Cielos que irrumpe en la persona y en el ministerio de Jesús.


[1] Oñoro F., Un pueblo congregado que inaugura un nuevo tiempo, CEBIPAL/CELAM.

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